En mi columna anterior, me referí a la “Prolongación” del período constitucional del presidente Horacio Vásquez, urdida por sus seguidores a partir de 1926, la cual tenía por finalidad aumentar el mandato para ensamblarlo posteriormente a un proceso reeleccionista.
Tal como describe, Víctor Medina Benet en su obra “Los Responsables”, los hechos demostraron que el mismo presidente Vásquez había sido el artífice de la maniobra continuista, con muy funestos resultados para el país, pues en su intento, se incubaba en esa larva un nuevo tirano. Es decir, de las ambiciones continuistas de Vásquez salió Rafael Leonidas Trujillo.
Medina Benet hace una magistral narración de aquellos acontecimientos. Un párrafo de la obra citada es revelador de cómo hay similitud entre todos los procesos reeleccionistas que ha vivido el país: corrupción, retroceso institucional y abuso del poder.
Dice, al respecto, lo siguiente: “Los auspiciadores de la reelección, mientras tanto, continuaban en su afán de darle semblanza de aspiración universal al sentimiento egoísta que los poseía, y las páginas de la prensa venían colmadas de nombres, la mayor parte de ellos conseguidos por coacción y prebendas, suplicando, como un clamor de simpatía, la continuación de Horacio Vásquez en el Poder”.
Cuántas veces no hemos visto lo mismo, incluyendo en la más reciente reelección del presidente Danilo Medina. En los Responsables, se reproduce, entre otros documentos, una carta de unos de los juristas penalistas más reputados de la doctrina nacional, Leoncio Ramos, al entonces vicepresidente José D.
Alfonseca, en la que le dice lo siguiente: “Yo creo, finalmente, que el general Vásquez que supo apelar a la espada como última razón contra los tiranos que han ultrajado la dignidad de los hombres de la patria mía; que el general Vásquez, que supo arrojar con dignidad a los pies de su pueblo en el año 1924 esa espada triunfadora, en ese solemne instante de la vida nacional sabrá cerrar los oídos a los reclamos de aquellos que, de hoy en adelante, estoy seguro, dando oídos más a las razones de su conveniencia que a los dictados libres de su conciencia, han de ir a rogarle en interminable procesión, que traicione ese apostolado que tanto lustre le ha dado.”
Leoncio Ramos todavía tenía la creencia de que el presidente Vásquez podía desistir de sus afanes continuistas, pero esa decisión era invariable. El poder lo había embriagado y su mente estaba obnubilada por los halagos interesados de quienes le hacían ver que su reelección era una necesidad nacional. Vásquez prefirió tronchar su paso a la gloria con los laureles de su lucha, por el de saciar apetitos desmedidos de poder.