Cuando Duarte dijo que ellos eran miles, que estaban organizados en 46 barrios de la capital y en todo el país, Sánchez lo corrigió y le dijo: somos millones…
¿Qué saben ustedes de Duarte?…Que defendía a los dominicanos.
¿Han leído algo sobre su pensamiento? ¿Su Constitución? ¿Los apuntes de su hermana Rosa? No… ¿Cómo están organizados?
Yo soy responsable de mi barrio y como Duarte soy parte de un comité más grande donde hay tres dirigentes, como en La Trinitaria. Son el Tuerto, el Cojo y el Bacá. Así se llamaban en la cárcel. Respondí: Creo que podríamos comenzar por saber quién era realmente Duarte. Voy a regalarles su Constitución, los apuntes de la hermana y todo lo que escribió que no fue mucho. Voy a ir a Efemérides Patrias a buscarles material y a Educación que sacó una colección de afiches grandes sobre La Trinitaria para que sepan de que se trataba.
Lo que nos interesa es que nos ayude a organizar una rueda de prensa para que la policía deje de perseguirnos…creyendo que somos una banda igual que las otras…Muy bien, pero antes quiero conocer a sus dirigentes…La vamos a venir a buscar después que hablemos con ellos.
Y se fueron felices con la copia de 20 Duartes de yeso que me había regalado Jorge Pineda, de unas de sus instalaciones, para cada una de las bibliotecas de Alianza País, todas bautizadas con el nombre de Duarte; para regalarle a cada célula de su barrio un ejemplar, pero nunca más me contactaron.
¿Y qué paso con mi Mara particular? Hubo que enseñarle a vestir para que no se le siguieran cayendo los pantalones a media nalga. A peinarse y ponerse un poco de grasa en un pelo que parecía desconocía la raqueta. Hubo que enseñarle a comer para que no usara palillos en la mesa. Hubo que darle un reloj que no tenía, unos tenis con los que soñaba, ropa para su mamá y su hermana y sus sobrinitos. Darle el tiempo para que pudiera repasar las materias porque tenía exámenes, en una escuela nocturna porque lo habían sacado de la regular por el acoso a su negritud de “haitiano”.
Y como era lógico no pudo soportar la presión de sus compañeros del barrio que lo veían andar limpio, más repuesto del hambre y ostentando unos lentes de sol que le regalamos, un viejo, pero muy bueno, reloj, unos tenis. El muchacho se les escapaba y ¡horror!, el bien amenazaba con ganarle al mal endémico de nuestros barrios, donde la envidia es una enfermedad y la violencia su máxima expresión, su resultado natural.
Hace unos días lo perdimos.