Opinión

¡Mi Rosaura!

¡Mi Rosaura!

Susi Pola

Eso dijo Rosa Hernández el miércoles pasado en una entrevista realizada por las periodistas Edith Febles y Altagracia Salazar, «era mi Rosaura, mi única hija, y no solo la dejaron morir, también la torturaron». Hoy exige justicia por su hija de 16 años que murió en terrible agonía, y por estar embarazada, no le aplicaron el tratamiento necesario para la leucemia diagnosticada, «porque para ellos el embarazo era más importante»…»no les importó la vida de mi hija que lloraba de dolor, y no le dieron calmantes», dice Rosa a cuatro años de la muerte de su hija.

El proceso de la enfermedad, de junio, hasta el 17 de agosto de 2012, día en que falleció, fue seguido por La Colectiva Mujer y Salud, el Foro Feminista Magaly Pineda y las Organizaciones de Mujeres, que nombraron a Rosaura, Esperancita, por la prohibición legal de nombrar menores, y porque todas teníamos la esperanza de que el sistema de salud dominicano, funcionara.

Pero nada anduvo, porque Esperancita, cayó en las manos del sobresalto producido por la Constitución dominicana reformada en 2010, y los médicos y médicas que la atendieron tuvieron miedo, se autoamordazaron y le impusieron el martirio.

Algunas personas especialistas consultadas entonces y ahora, acuerdan que lo primero como tratamiento, en aquellas siete u ocho semanas de preñez, al hacer el diagnóstico, era desembarazarla antes de empezar la quimio, retardada por razones “de conciencia”. Un sistema de salud acobardado por la intimidación de una Iglesia desubicada del contexto religioso, empoderada frente a una sociedad de políticos y políticas timorata a la que manipulaba fácilmente.

La Iglesia romana, la jerárquica, fue la que estableció las pautas frente a un personal pusilánime que no solo obedeció: se dice de médicos y médicas que manipulaban a la niña con tomografías donde se veía un embrión que ellas y ellos referían como “un bebé en salud” al alentar la maternidad que la mató.

Y no valió que la niña llorara de dolor ni que su madre manifestara públicamente que elegía a su hija viva, un círculo eclesiástico la encerró y oró con ella por la dicotomía de la vida y la muerte y cerró los ojos de Rosalba/Esperancita arropándola con cantos religiosos.

Faltaron manos intrépidas, corazones conmovidos e inteligencias libres de prejuicios entre quienes atendían a esta niña, sacrificada en nombre de la decencia fingida y la doble moral practicada. Pobre país el nuestro que ni siquiera puede salvar a una niña! Triste sistema que antepone la muerte de quien conoce, a la vida desconocida y en el intento, mata a ambos!

El Nacional

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