Recuerdo que en mis años de soltería decía que los momentos más felices los vivía cuando en un patio me juntaba con un guitarrista interpretando canciones románticas, mujeres hermosas y degustando ron criollo.
Y aunque al acudir a la ayuda de Alcohólicos Anónimos el día 5 de junio de 1971 dejé de deslizar por mi garganta las bebidas de contenido etílico, a veces añoro sus desinhibidores efectos.
Muchas veces, en una fiesta familiar, el ron eliminaba la timidez que nos impedía invitar a bailar a alguna de las damas presentes.
La bebida nos ayudaba también a ejecutar pasos atrevidos que no hubiéramos realizado en estado de sobriedad.
Un amigo muy tímido me confesó que sacó valor mediante la libación etílica para declararle su amor a la que luego se convirtió en su esposa, una hermosa mujer con pretendientes de mayor abundancia monetaria.
Cuando en el año 1962 comencé a laborar como locutor en Radio Tricolor, en horario de once de la noche a cuatro de la madrugada, viví una inolvidable etapa bohemia con variados romances.
He descrito en otros artículos que parte de mi radio audiencia era de mujeres insomnes debido a encontrarse en situación de amargue por un divorcio reciente, la ruptura de una relación consensual, o la indiferencia de un hombre que las atraía.
La letra de las canciones que me solicitaban me motivaba para entablar conversaciones telefónicas con esas féminas cuando me llamaban para agradecer que complaciera sus peticiones.
Y si me confiaban que vivían momentos de tristeza romántica por haber sido abandonadas por un hombre, me convertía automáticamente en consejero y en apoyo sicológico.
Cuando concertaba un encuentro con alguna de ellas, estas reuniones podrían culminar en romance, alguno de cierta duración, como el que inicié con una divorciada sin hijos.
No creo que resulte difícil asumir que por el horario de mala noche, tuviera prostitutas como asiduas oyentes.
Algunas me visitaban en la emisora para llevarme sándwiches y jugos para disminuir mi madrugadora fatiga laboral, y otras para calibrar mis condiciones estéticas.
Afortunadamente, la juventud por una parte, y el hecho de que hacía ejercicios físicos con pesas por otra, aumentaban un poco mi escaso atractivo.
Aunque para esa época era estudiante de Derecho, de cuando en cuando me daba mis jumos en restaurantes, y en muy raras ocasiones en prostíbulos, especialmente en uno muy popular, regenteado por una señora de mediana edad llamada Herminia.
Tres restaurantes ubicados en la calle El Conde eran los favoritos de la juventud masculina: el Roxi, el Panamericano, y el Baitoa.
La vida en la capital dominicana era relativamente barata, y en esos establecimientos una botella de ron, acompañada de dos conteniendo refresco de cola, y un recipiente con cubitos de hielo, tenía el valor de un peso.
En el Roxi y el Panamericano había velloneras, con discos de moda, los cuales sonaban muy bien, en la medida que los tragos ponían a los parroquianos como se decía en el argot popular: borrachos, cachucos, o sugustones
Las anécdotas, el chiste de roja coloración, las discusiones sobre beisbol o política, y las bromas a veces pesadas a alguno de los tercios de una mesa, eran la tónica de esas horas de bohemia.
De cuando en cuando las discusiones degeneraban en insultos, y pasaban a veces a amagos de trompadas, generalmente impedidas por los acompañantes de los potenciales contendores, o por espectadores de otras mesas.
La desinhibición generada por la carga etílica de algún parroquiano lo llevaba a enamorar a la acompañante de otro cliente, lo que a veces convertía el restaurante en un improvisado coliseo pugilístico.
Era de tal magnitud el placer que obtenía de mis parrandas, que afirmaba con real convicción que nunca contraería matrimonio, al que veía como una especie de penal habitado por dos presos voluntarios.
Pero como dice un refrán que hasta la belleza cansa, esa vida de irresponsabilidad de soltero, cuando me acercaba a los cuarenta años de edad me llevó al vacío existencial, y al cambio de mi estado civil.
Y hoy, con cuarenta y cinco años de vida matrimonial, no cambiaria mi tranquilidad geriátrica por aquella soltería, pese a que muchas de las situaciones vividas entonces, me sacan la sonrisa y hasta la risa estridente al recordarlas.