La tragedia de esta media isla, su eterno círculo vicioso de pobreza en sus manifestaciones económicas, sociales, culturales, ese que la mantiene estrellada contra el paredón del atraso, la precariedad, falta de institucionalidad, corrupción y descarada impunidad, puede resumirse en algo simple, pero desgarrador: Son miserables los motivos por los cuales la mayoría de sus ciudadanos ejercen el sufragio en certámenes electorales.
Casi todos prisioneros de circunstancias vivenciales, las cuales tienen naturaleza coyuntural y, en ese sentido, alquilan su voto esclavizado a favor de quienes les garantizan la preservación de tales situaciones episódicas, sin comprender, o peor, sin importarles, que con esa actitud dan continuidad a un pasado ominoso, frisan un presente impúdico, e hipotecan un porvenir que podría ser diferente, y con él, el de esta nación merecedora de mejor destino.
Los del primer grupo, los que entregan su adhesión por ignorancia, son quienes resultan más baratos y optan, sin conciencia, por resolver su cotidianidad, antes que romper las cadenas que les impedirán por siempre escapar de trampa tan perversa.
Los otros, a quienes no les importa que un futuro promisorio se nos niegue de forma irreversible, nos salen onerosos.
A esos hay que entregarles partes gigantes del presupuesto expresadas en contratas, comisiones, embajadas, consulados, y reglas acomodaticias para un ejercicio privilegiado de actividades mercuriales. Ese es el peor clientelismo, con la agravante de que a sus beneficiarios tenemos que rendirles pleitesías y llamarlos señores.
En medio de ambos, una escuálida clase media que hace ingentes esfuerzos por avanzar, pero una pesada carga de compromisos y presiones sociales le retrasan la marcha y se rinde ante el carguito público que le permite aligerar sus miedos y eludir un terrible ejercicio privado que solo al cabo de años y con fortuna, podría deparar recompensas importantes.
En esas dramáticas circunstancias los dominicanos decidimos nuestro mañana, un acto que de libertad solo tiene el sueño de ejercerla, pero que en realidad es una expresión de sumisión ante condicionantes externas que nos despojan la independencia y con frecuencia nos fuerzan a actuar en contra de lo que nos dictan nuestras íntimas reflexiones.
Ojalá algún día seamos tan honestos con nosotros mismos que nos atrevamos a dar un paso en armonía con los dictados ineludibles de nuestra razón, y cada quien examine los motivos que lo conducen a las urnas y se dote del coraje de proceder con el exclusivo estímulo de su convicción.