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Natación frustrada

Natación frustrada

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Se conocieron cuando los designaron para trabajar juntos. Consecuencia de la inteligencia emocional de ambos, la empatía surgió de manera natural.

Muy pronto, uno de ellos se percató del empeño que el otro ponía en el cuidado de su salud.
Era un experto en las múltiples alternativas dietéticas que el mercado ofrecía y un ferviente creyente del ayuno intermitente, que practicaba con devoción religiosa.

No había un percance físico o psicológico, para el que no tuviera propuesta de solución, siempre alejada de tradicionales fármacos a los que denostaba con vehemencia casi irascible. Con el paso del tiempo, el otro empezó a notar rasgos de hipocondría en el facultativo práctico, porque pese a tantos esmeros, no escapaba de una constante dolama a la que aseguraba que eliminaría cuanto antes. Pero a una seguía la otra.

Una receta a la que atribuía categoría de infalible era la natación. Hacía una apología con características de fanatismo del deporte, al que calificaba como el más completo y le atribuía poderes extraordinarios para eliminar dolencias al margen de sus causas.

Cada día nadaba en el club social al que pertenecía.
Los sábados, se trasladaba bien de mañana a un parque submarino con un grupo de amigos que estaban afanados en incorporar una asociación de nadadores de mar abierto.

Desde que se hicieron compañeros de labores, el nadador intentó conquistar su recién conocido para que se integrara a la experiencia sabatina, la que aseguraba le iba a encantar.

Logró despertar el interés del invitado, pese a que le decía que no sabía nadar.
No importa, le dijo, nosotros nos encargamos de enseñarte y verás que te harás adicto al embrujador mundo del mar.
Lo convenció. Al primer sábado que pudo aceptó acompañarlos y en su interior competían la curiosidad y el temor. Antes, se apertrechó de los aperos mínimos que le sugirió el maestro. Al ponérselos, se sintió extraño, pero con una sensación de seguridad, como si los aditamentos tuvieran la virtud de socorrerlo ante cualquier imprevisto.

El día cero hubo una inducción preliminar. El grupo lo acogió como un miembro especial. Asido de su convocante, iniciaron la travesía. Todo transcurría con relativa normalidad. Cuando las aguas empezaron a hacerse profundas, un calambre insoportable paralizó su pierna derecha y se fue sumergiendo sin que sus acompañantes se percataran. Cuando lo hicieron, era tarde. Al emerger a la superficie, les impactó el tamaño crecido de su vientre.