Opinión

Nereyda

Nereyda

Ha muerto Nereyda Rodríguez.  Hija Emérita de Santiago; graduada de bailarina en 1955, en la Voz Dominicana; recordada por su binomio con Mirope Arvelo, o Mirito, con quien introdujo en el país el baile acrobático; fundadora con el gran folclorista Fradique Lizardo del Ballet Folclórico Nacional, originalmente Ballet Negro y luego Ballet Blanco y, gracias a sus esfuerzos, hoy llamado Ballet Folclórico Nacional.

Condecorada con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella en 1999; con el Premio Brugal Cree en su Gente en el 2003; Hija Meritoria de Santiago, en el 2004 y de Casa de Teatro; Valor Cultural Dominicano en el 2006; Gloria Nacional de la Danza en República Dominicana en el 2007; Representante de las Organizaciones Populares en el Consejo Nacional de Cultura en el 2009 y, en marzo de este año, del Premio al Mérito de la Mujer;  donde Nereyda  realmente  adquiere dimensiones míticas es con  la fundación del Teatro Popular Danzante.

En esos afanes la conocí, en 1983, recién llegada al país y con la típica desorientación de quien ha vivido fuera casi la mitad de su vida y ha experimentado la absoluta soledad de quienes regresan para quedarse después de la popularidad propia de las vacaciones.  Periodo en que una se convierte en la sola habitante de un apartamento donde solo quien te trae el pan en las mañanas sabe que ahí habita alguien.  Silencio en que no se podía evitar percibir los apartamentos como celdas con áreas verdes programadas y a los guachimanes como serenos morbosos, rondándonos e ignorando las cosas del cemento.   Edificios donde el granito es el mismo de las tumbas y apenas queda, como permanencia que todo lo justifica, el mar.

En ese terrible pasaje… pasaje, túnel a los siete infiernos, (no los de Dante), las huérfanas y huérfanos  de afecto, nos íbamos a la parte alta, al salón de Nereyda, donde ella nos esperaba como una madre sonriente, tan inmensa como su corazón.  Con la excusa de hacernos trencitas, o crearnos un afro, arreglarnos pies y manos, Nereyda era el confesionario de nuestras rotas ilusiones; nuestras, en retrospectiva, insignificantes decepciones; de las falsas promesas con que nos habían traficado a una media isla que en ese momento idealizábamos.

Todo pasará.  ¡Si no lo sabría ella!  Creyente en la cultura popular, gestora de las de a pie, creadora de mágicos mundos hechos de  encajes, cintas,  cartón dorado y telas baratas.

Ha muerto la madre Nereyda Rodríguez. La lloran los muchachos y muchachas de los barrios populares, huérfanos de una gestión cultural sostenida, víctimas de la violencia barrial e institucional, de una  indiferencia colectiva que les condena a pensar que ser artista es un sueño inalcanzable. Confío en que ella también estará en la puerta.

El Nacional

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