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Obedecer sin pensar

Obedecer sin pensar

Ramón Rodríguez

Por pura trivialidad intelectual, Hannah Arendt resultó más conocida por ser discípula y amante de Martin Heidegger, filósofo y ensayista alemán, para algunos: el más grande pensador del siglo XX. Sin embargo, lo cierto es que la filósofa alemana, era una pensadora tan original como su maestro. Su concepto de la banalidad del mal, provocó las más enjundiosas discusiones entre una intelectualidad que no acababa de entender, por qué tanta ‘’compasión’’ con un asesino de judíos confeso como Adolf Eichmann.

Arendt, a quien le tocó cubrir como reportera en Jerusalén, el juicio que decretó la horca de Adolf Eichmann, expuso brillantemente la tesis de que Eichmann, no era necesariamente un monstruo criminal, sino, un burócrata que obedeció sin pensar, por pertenecer a una cadena estructural de perversidad, de la cual él era un simple eslabón.

‘’Defender» a un asesino confeso fue todo un atrevimiento intelectual de Arendt, que todavía causa rubor. En su archiconocido libro ‘’ Eichmann en Jerusalén’’, hay una enseñanza conmovedora: Eichmann actuó en momentos turbulentos de choques ideológicos y donde la humanidad pareció haber perdido la razón. Guardando la distancia, en pleno siglo XXI, si observamos nuestro liderazgo político, casi todos sus líderes procuran que sus iniciativas sean obedecidas sin que sus seguidores tengan el derecho de pensar.

Obedecer sin pensar debería ser inaceptable, pero las dádivas políticas, cada día atan coyunturalmente más a los ciudadanos de los líderes que manejan altos presupuestos. Este fenómeno no es exclusivo de la política partidaria, ya ha alcanzado fuerza en las instituciones deportivas mundiales que manejan muchos millones de dólares y hace pensar a sus líderes que son semidioses.

El principio de autoridad no debe sostenerse sobre la base de dádivas y favores económicos, por eso, sabiamente, el emperador Tiberio, según, Suetonio, devolvía los regalos con un valor superior cuatro veces al recibido.

Hannah Arendt hizo lo que pocos se atreven: defender su posición en minoría y enseñar al mundo y eso debemos aprenderlo los dominicanos, el gran riesgo que implica: obedecer sin pensar.

Por: Ramón Rodríguez
centrodeidiomaswashington@

El Nacional

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