El diccionario y la comprensión de las palabras
Les presento la segunda y última parte del resumen de nuestro discurso en la presentación de la 23ª edición del “Diccionario de la lengua española”, acto realizado en la sede de la Academia Dominicana de la Lengua el 5 de febrero de 2015.
Y parto de esta pregunta: ¿Deja el Diccionario algún resquicio para la norma individual?
La fuerza del uso de las palabras, sobre todo si van conforme al perfil de nuestro idioma, origina su incorporación al Diccionario. Por ejemplo, durante mucho tiempo, la locución “en cueros”, dos palabras, con el sustantivo en plural, era la forma empleada para referir que una persona estaba desprovista de ropa. Los hablantes se ocuparon de formar un adjetivo, con una sola palabra, que admite el accidente de género: “encuera” y de número “encueros y encueras”. Decimos con esto que el DLE se ha acogido al uso generalizado.
El Diccionario es un buen consejero para resolver dudas o afianzar conocimientos respecto del uso de las palabras de nuestro idioma, conviene tenerlo cerca y tratarlo como un amigo.
Sobre la infalibilidad del diccionario se cierne cierta relatividad. Después de todo, junto al esfuerzo, la sapiencia y la dedicación requeridos para su elaboración, hay que recordar que es obra de humanos.
Algunas recomendaciones
Lo primero es recordar la conveniencia de la igualdad gráfica y semántica de las palabras de una lengua para asegurar la comunicación entre los hablantes.
La potestad de una comunidad o de unos hablantes para otorgar determinado valor semántico a un vocablo, puede servir hacia el interior de esa comunidad, grande o pequeña, pero dificulta el entendimiento con el resto de los usuarios de la lengua. Es recomendable prescindir, dentro de lo razonable, de la opcionalidad ofrecida por las llamadas normas potestativas.
La comunidad hablante del español es de por sí suficientemente fraccionada, pues en cada país de América y en las distintas regiones de España, se le imprimen al idioma matices que lo hacen peculiar de cada zona, pero sin que esto niegue la justificada aspiración de dotar a nuestra lengua de la mayor uniformidad posible, para lo cual el uso frecuente del Diccionario resulta un gran acierto.
Puede asegurarse esto porque el Diccionario resulta un factor de unidad de la lengua, que contribuye eficazmente a evitar la dispersión, una situación altamente dañina, pues si cada cual escribiera las palabras como le parezca, se vería notablemente mermada la posibilidad de entendimiento mediante la lengua escrita.
La otra – o quizá la primera- gran ayuda que nos ofrece el Diccionario está en el aspecto lexicográfico, aun con las variaciones de significado que se atribuyen a las palabras de una a otra comunidad lingüística. Cada hablante se acoge al sentido que en su comunidad se otorgue al vocablo, pero quienes presuman de un grado considerable de compromiso con la lengua, deberán estar alertas de lo que pasa en otros ambientes con cada vocablo.
El idioma tiene un perfil, una fisonomía, y aunque evoluciona, lo hace paulatinamente, porque guarda fidelidad a sus orígenes. Por esa fidelidad, llamada técnicamente etimología, hemos de entender y aceptar que las palabras “óseo”, “osamenta”, “osario” y otras relacionadas con hueso se escriban sin h inicial, mientras esta última sí la lleva, en atención a una regla académica. Lo mismo va para las voces relativas a huevo (óvulo, oval, ovalado, desovar).
Definitivamente, entrar en confianza con el Diccionario le permite a uno una mayor comprensión de las palabras y en consecuencia, profundizar su conciencia de la lengua.