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Orto-escritura: Sigo con Pedro Henríquez Ureña

Orto-escritura: Sigo con Pedro Henríquez Ureña

Rafael Peralta Romero

En la Gramática de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso me inicié en la lectura de textos literarios, sobre todo poemas como Canción del pirata, de José Espronceda; y el Romance del conde Arnaldos, de autor desconocido: “Quién hubiera tal ventura / sobre las aguas del mar, / como hubo el conde Arnaldos / la mañana de san Juan”.

Durante mucho tiempo me acompañó un poema titulado “Setenta balcones y ninguna flor”, pues con esa composición comencé a apreciar que la poesía encierra rareza y misterio.

Para ofrecerles hoy el nombre del autor tuve que auxiliarme de una consulta. Se trata de Baldomero Fernández Moreno, poeta argentino. He aquí la primera estrofa de su poema:

“Setenta balcones hay en esta casa, / setenta balcones y ninguna flor. / A sus habitantes, Señor, ¿qué les pasa? / ¿Odian el perfume, odian el color?”

Y ya que les traigo retazos de mi memoria, les comento que el segundo libro de nuestro autor que he leído con mayor persistencia, que he manoseado y citado ha sido El español en Santo Domingo, obra que conocí cuando inicié los estudios universitarios, y desde entonces nunca me ha faltado. Quizá con este libro descubrí mi interés por el estudio de la lexicografía.

Deseo expresar que la conquista de América, a sangre y fuego, y la consiguiente extinción de las razas aborígenes, pudo ser motivo de rencor para los pueblos americanos, encono que a esta fecha nos condujera a considerar infamante llevar nuestros apellidos hispanos, hablar la lengua de Miguel de Cervantes e, incluso, practicar la fe católica, puesto que son esos, rasgos muy propios de los conquistadores españoles.

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Orto-escritura: Sigo con Pedro Henríquez Ureña
Orto-escritura: Sigo con Pedro Henríquez Ureña

Esa apreciación puede ser ilustrada con el pensamiento del insigne maestro Pedro Henríquez Ureña, profundo conocedor de la cultura de los pueblos americanos.

Él concibió la afortunada propuesta de hacer de todos los países que en este continente estamos unidos por el poderoso vínculo de la lengua castellana, una patria grande, una sola, para superar debilidades y “…para echar las bases de la existencia tranquila, del desarrollo normal, libre de los aleatorios caprichos del metal y del petróleo”.

De este modo lo expresó: “Debemos llegar a la unidad de la magna patria; pero si tal propósito fuera su límite en sí mismo, sin implicar mayor riqueza ideal, sería uno de tantos proyectos de acumular poder por el gusto del poder, y nada más.

La nueva nación sería una potencia internacional, fuerte y temible, destinada a sembrar nuevos terrores en el seno de la humanidad atribulada.

No: si la magna patria ha de unirse, deberá unirse para la justicia, para asentar la organización de la sociedad sobre bases nuevas, que alejen del hombre la continua zozobra del hambre a que lo condena su supuesta libertad y la estéril impotencia de su nueva esclavitud, angustiosa como nunca lo fue la antigua, porque abarca a muchos más seres y a todos los envuelve en la sombra del porvenir irremediable”. (P. H. U, La utopía de América…).

Lo que no puede ser, lo que no concebimos, es ignorar el legado de este dominicano universal, quien sintió a la América Hispana como su Magna Patria.

Recordarlo, promover la lectura de su obra, aprender, apreciar y respetar el idioma español son actos adecuados para honrar a un intelectual que bien merece ser presentado como paradigma para una juventud que luce carente de orientación y perspectivas.

En el poema Mi Pedro, su madre escribió de él: “Así es mi Pedro, generoso y bueno; todo lo grande le merece culto…”.
Hoy, el grande que merece nuestro culto, nuestra reverencia, es ese Pedro, a quien dedicamos “Un año con Pedro Henríquez Ureña”.