Tengo 8 hijos y nueve nietas y once nietos, de los cuales, la gran mayoría no desperdician un solo instante para consultarme, contarme, sugerirme o preguntarme algo.
Desde que ellos o ellas ven mi vehículo en la casa, buscan la manera de acercarse a mí, tan pronto puedan. Ya es una hermosa costumbre, que, como es normal, me hace muy feliz.
Muchas veces un grupito de ellos me esperan juntos, para decirme: papi abuelo (que así me dicen todos) lo estamos esperando, porque “fulano” ha estado molestando todo el tiempo, no nos deja jugar y queremos que usted lo llame, y si sigue, le pegue la paz (la paz es una correa que tengo, la cual uso muy poco, pero que es el último recurso que utilizo cuando algunos no obedecen los consejos).
Otras veces algunas de las hijas o los hijos, los yernos o las nueras se me acercan, para tratarme casos de la pareja, del comportamiento de los hijos en la escuela.
En fin, siempre tenemos un motivo, para desarrollar una comunicación efectiva, lo cual ha sido la clave para que casi todos vivamos unos al lado del otro. Así todo, con sus ligeras excepciones, que siempre las habrá, lo compartimos juntos, tanto en las penas como en la alegría.
Por ejemplo, el día de noche buena, después de la cena, los nietos y nietas preparan un drama que incluye cantos navideños en coro, alguna sátira acerca de cómo hablan los padres y los abuelos, etc. Terminado los aplausos a su “espectáculos, comenzamos a oír música, bailar o conversar.
En esta ocasión, Gabriel, que es el más joven de los nietos (tiene solo nueve meses, por lo que es la primera que disfruta del momento navideño de la familia), al escuchar la música se pone a brincar sobre la pierna de su abuela Margarita, mi esposa, tratando de bailar.
Pero veo que ella se está cansando, porque Gabriel, animado por su primer debut en la tertulia navideña, no deja de brincar y ella, como hacen 46 años, se había pasado el día preparando esa rica cena junto a Carmen, quien trabaja con nosotros desde hacen más de veinte años.
Para que ella descanse, agarro al nieto, lo levanto, me lo pongo en el pecho, lo abrazo pegando su carita junto a mí y comenzamos a bailar dándole vuelta por los estrechos espacios que había entre la familia numerosa que tenemos. Sumábamos en ese momento treinta y cuatro.
Tan pronto los nietos y nietas me vieron dando vuelta con Gabriel, me siguieron detrás formando un carrusel, hasta que comenzamos a sudar. Cuando nos sentamos, una de las nietas, Nelva Leonor (Nelvita), en tanto las y los demás disfrutaban su “noche buena, hablando, cantando o bailando, ella se sentó a mi lado, se recostó sobre mi hombre, me agarró una de las manos y con la otra me acariciaba la espalda, mientras me preguntaba una y otra vez:
-Papi abuelo (que así me dicen todas y todos) ¿porqué cuando a usted le preguntan: ¿cómo estás Andrés? Usted siempre responde: Feliz).
Me quedé pensando antes de responderle, mientras me sumergía profundamente en el pasado, para responderle algo, porque, en verdad, son muchas las cosas que me hacen ser feliz. Ella vuelve y me repite la pregunta y, ya preparado para responderle le digo:
-Mami, que así le digo a todas (tal vez para no equivocarme de nombre, porque son tantos) tu pregunta es muy interesante, por ejemplo, el tener una familia unida como la nuestra, criada con tanto sacrificio, con tantas dificultades que he tenido y tengo, es un gran motivo para sentirme feliz.
Ella me interrumpe.
-Porque en verdad yo quisiera ser como usted, pero a veces me siento mal, porque algunas amigas me critiquen, o no me hablen en buen tono. Así en mi casa, con papi o mami o los muchachos.
Eso me preocupa mucho. Yo no quisiera ser así, pero es que no entiendo porqué si yo quiero a las personas, algunas de ellas se comportan así conmigo. No entiendo papi abuelo, no entiendo, me decía una y otra vez.
Entonces comienzo a responderle y ella a escucharme. Pero, en tanto yo hablaba, ella como que no se concentraba.
De ahí que viendo su preocupación por el tema, le invito a irnos a mi habitación, porque era mucha la bulla y la alegría que había en el ambiente y ella tocó un tema que yo debía explicarle. Así que nos sentamos solo y le comienzo a explicar:
-Nelvita, en la vida siempre habrá quien te comprenda y quien no te comprenda; quien te admire y quien te odie; quien te quiera y te desprecie; quien comparta sus cosas contigo y quien te la niega, en fin mami, le dije, en el mundo hay de todo. Todos somos diferentes.
Unos son avariciosos, egoístas, vanidosos, injustos, mami todos somos diferentes, siempre recuerdo que cuando era niño escuchaba mucho una canción de Los Compadres que dice: “hasta los palos del monte/ tienen su separación/ uno sirven para leña/ y otros para hacer carbón/ óyelo bien/ sin andullo no hay na, no hay na, sin andullo… entonces ella me responde:
-Ah sí, esa es la canción que baila Reimond Pozo en la película “Tubérculo Gourmet”.
-Si esa misma es.
Le respondí, mientras sentí que comenzábamos a sintonizar una comunicación efectiva.
-Si mami, le continuo diciendo, en la vida Dios hizo todo lo que existe diferente, tú ves el aire diferente a la tierra, la tierra y el aire diferente al mar, a los ríos, y así muchos peces, aves y animales de todas clases, flores, montañas, en fin todo es diferente, pues así somos los humanos, todos diferentes.
Por eso, por las mismas cosas, unos ríen y otros lloran, otros hacen el bien y otros el mal.