El ingeniero agrónomo y prestante abogado Ramón Almánzar, recién fallecido, al bajar a la madre tierra que le vio nacer, lleva puesta la corona del patriotismo integral. Sus afanes, luchas, sacrificios, persecuciones, accionar y torturas ilegales a favor de la libertad, la paz, justicia de los irredentos, humildes, pobres, desvalidos y hambrientos, lo sitúan cual reliquia enternecida, como un auténtico patriota de brazos abiertos y cuerpo entero.
La historia en su oportunidad habrá de escribir en sus páginas y a inscribir a este paladín de los derechos humanos, entre otros nacionalistas, en el sitial del honor y la gloria.
Ramón Almánzar pensaba y sentía en su interioridad como José María Heredia: “De mi patria, bajo el desnudado cielo, no puede resolverme a ser esclavo, ni consentir que todo en la natura, fuese noble y feliz, menos el hombre”.
Quiero narrar con fiel apego a la verdad, uno de los tantos momentos difíciles en que la vida de Ramón estaba a punto de ser eliminada, pues la orden de su fusilamiento estaba proclamada. Encontrándose la honorable, capaz, valiente y honesta doctora Mirian Germán Brito, como juez de la Quinta Cámara Penal, si mal no recordamos por los años 1989-90, fue remitida a ese tribunal un expediente patrañoso, injusto y cruel en contra de mí siempre amigo y compañero de infortunios y triunfos.
Un grupo de 35 abogados incoamos un recurso de Habeas Corpus a favor de Ramón, a quien el Gobierno y la Policía de esa época mantenían como preso político.
La brillante juez Germán Brito, luego de las exposiciones de algunos de los juristas, ordenó la inmediata libertad de Ramón Almanzar desde la sala audiencia de ese tribunal.
Ocurrió que si se entregaba a Ramón a los oficiales que lo custodiaban, de acuerdo a confidencias de uno de dichos custodias hechas al doctor Cándido Simó y a quien esto escribe, sería muerto en esa institución policial.
Le fue explicado a la Juez Mirian por los abogados de Ramón la confidencia y les rogamos que mientras hacíamos ingentes diligencias, ordenase que Ramón fuese trasladado a su despacho como protección por algunas horas, y así fue.
Encontrándose Ramón en estas circunstancias, apareció un nuevo expediente del Juez instructor de Nagua, y se ordena que Ramón fuese trasladado a la oprobiosa cárcel de Monte Plata.
Le solicitamos al oficial superior que tenía a su cargo dicho operativo, que nos permitiera montarnos en el vehículo, parte trasera de la policía, y al doctor Cándido Simó y a quien esto escribe y logramos ir junto a Ramón, llegar a Monte Plata, en cuya carretera también se pretendía eliminarlo, y amanecimos y al otro día en la mañana Ramón fue llevado a dicho juzgado de Nagua.
Ese pueblo heroico se lanzó a las calles en respaldo a Ramón y junto a un grupo de brillantes juristas de Nagua iniciamos otro recurso de Habeas Corpus, y al llegar a esa ciudad Cándido Simó y el doctor Rojas Nina fuimos recibidos con bombas por la Policía, y y evadiendo las mismas pudimos llegar al tribunal.