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Peluquero emprendedor

Peluquero emprendedor

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Desde niño le llamaba la atención aquella escena en el patio de su casa rural. A su hermano mayor, sentado en una silla de guano, cubierto con una toalla raída, le cortaban los cabellos con tijeras oxidadas y los cortes con una pequeña navajita agarrada directamente con las manos y que había pasado por los cerquillos de muchos clientes precedentes.
A todos llamaba la atención lo embelesado que quedaba el carajito, al punto que afirmaban que heredaría el oficio. Dicho y hecho.

Apenas con 15 años dio sus primeros pasos.
Convencía a los padres de que le dejaran cortar los cabellos a sus hijos y cada vez quedaban mejor.
Las cosas no se detenían ahí.

Con los pesitos que recaudaba, fue comprando utensilios necesarios para hacer mejor la tarea que le apasionaba.
Al tercer año de su iniciación como peluquero decidió mudarse a la capital. Estaba convencido de que en un mercado de gran tamaño, su éxito estaría garantizado.

Un amigo lo introdujo ante un barbero que trabajaba en el barrio donde vivía. Le causó magnífica impresión.
Le facilitó un sillón al lado del suyo y le permitió que solo pagara una parte reducida del costo de cada recorte.
Llegaba cada día a primera hora, bien aseado, con ropita planchadita y era notoria la sobriedad con la que atendía a su creciente clientela.

Su fama se expandía tan rápido, que concitó cierto recelo de sus compañeros de trabajo.
Causaba curiosidad las constantes llamadas que recibía.
Luego supieron que estaba comprando y vendiendo carros y concertaba citas para ver o mostrar ofertas que hacía o le ofrecían.

Su progreso fue tan meteórico, que alquiló una casa donde viviría; instalaría su propio negocio; al tiempo que exhibiría los vehículos que tuviese en venta.
Su ascenso no podía ser mayor.

Una demanda en aumento; más peluqueros contratados y su esposa, junto a la crianza de dos muchachitos que habían nacido, ampliaba la oferta para atender mujeres.

Le impresionó el carro que le llevaron en venta aquella tarde lluviosa.
Era la marca de sus sueños.

Debía probarlo y, a esos fines, salió a dar una vuelta. Indescriptible la sensación que sentía al conducir esa máquina sofisticada. Todo era mucho mayor que sus expectativas. La velocidad lo fue embriagando.

El robusto árbol quedó arrancado de cuajo al impacto de aquel proyectil terrestre. Nadie tuvo el valor de ver los pedazos esparcidos de su anatomía deshecha.