Ah!, el periodismo. Este es un oficio peligroso. Y no lo digo porque uno vaya a recibir un daño por algo que se escribió o dijo. De mártires están repletos los cuatro puntos cardinales, y agregar uno más a esas zonas no es mi deseo. Los peores daños los recibe siempre el espíritu, ya que los estropicios tangibles, palpables, son reconocibles y fácilmente enmendables.
De eso ya te he hablado anteriormente. Te lo expreso, pues es fácil con el oficio del periodismo, engreírse. Lo he contemplado muchas veces, he sido testigo de periodistas que han llegado a creer que son más importantes que la noticia misma y hasta que el personaje que entrevistan, que han llegado a creerse la película de que son más importantes que Hollywood mismo.
Los flashes, las cámaras de televisión, el micrófono, el ver impreso el nombre en diarios y revistas, el ver la imagen en las redes o las pantallas, puede provocar una sensación de que somos estrellas, de que pertenecemos a la misma constelación de los artistas que pisan Hollywood o que se plantan en un escenario a mostrar lo mejor de un arte.
Estas situaciones, constantemente nos empujan a engreírnos, a creernos importantes. Debes estar vigilante de forma permanente de tu ego, debes visualizarse que no eres más que un obrero de la palabra, cuyo objetivo es centrarse en contar lo que le pasa a la gente, aquello que le afecta.
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El periodista es el vehículo, el encargado de contar la información, la historia, y lo que ésta teje es lo fascinante; lo que a fin de cuentas importa. Nada brilla más que el Sol, ni la historia que se cuente de éste. Imagínate que construyes un relato sobre la Luna, ¿crees que por ingenioso que sea éste o por lo bien elucubrado que se encuentre podrá acaso iluminar más que ella?
Eso mismo debe aplicarse al periodismo. Nuestra materia prima son las personas, el ser humano es nuestro punto de apoyo, y es por ello que debe estar siempre en la cima. No hay periodismo sin gente.
Asirse del humanismo para hacer un buen periodismo es inevitable. De ahí que cuando el periodista se engríe, cuando considera que lo importante es él mismo, se pierde la esencia del oficio, y entonces el enfoque pierde fuerza, la intención poderosa se inclina con debilidad y termina sepultada.
Como te conozco sé que me pedirás un verbigratia de periodista engreído. ¿Conoces a Larry King? Bueno, él no es. Quien sí está colocado en la acera opuesta es uno cuyo nombre es Jorge Ramos. En el diálogo con el entrevistado, apela más a la crudeza que a la sutileza. Considera Ramos, como un estudiante de primer semestre de la carrera, que al entrevistado hay que atacarle, desconsiderarle.
El periodista inteligente jamás se va de un tú a tú con el entrevistado. Deja que éste discurra, que fluya, y lo lleva hasta las incongruencias, si las tiene.
Hasta una bestia que se observe acorralada, bien sabes cómo reacciona.
Resultados funestos tiene el engreírse, y uno de ellos es el perder de la perspectiva que lo importante es la gente, lo que contamos de ella, lo que ponemos en el papel sobre sus vidas y las situaciones que acontecen o padecen.
Más allá de esto, el periodismo no tiene sentido. No es éste un oficio que deba utilizarse para enriquecernos en términos materiales. Cuán lejos está la palabra luminosa de los encantos mercuriales y pecuniarios.
Mantente humilde. Vacúnate a diario contra la soberbia. Hagas lo que hagas, lo importante es la gente, el centro es el ser humano. Lo demás, es fuego fatuo, chispas que llegan en medio de la noche para querer confundirse con las verdaderas estrellas que están nada más y nada menos que en el firmamento.
El engreimiento hunde. El acercarse a las personas de manera auténtica, garantiza que podremos captar detalles y la humanidad de ellos, que es en definitiva, lo que importa e interesa al gran público.
Por: Eloy Tejera