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Políticay algoritmo

Políticay algoritmo

Alberto José Taveras

En las últimas dos décadas, el ejercicio político y el proselitismo electoral han experimentado una transformación sin precedentes, una especie de híbrido contemporáneo entre la política y clos algoritmos. Atrás quedó la era en que las campañas se sostenían principalmente en mítines masivos, caravanas interminables y carteles en las calles.

Hoy, la política se mueve en un escenario distinto: las redes sociales y los algoritmos, que han pasado a ser actores protagónicos en la lucha por conquistar el voto.

El cambio obedece a una nueva realidad, la información circula en tiempo real y el ciudadano común dedica más horas a interactuar con un teléfono móvil que a cualquier otra actividad de ocio.

Esta circunstancia ha modificado radicalmente la manera en que los partidos y candidatos construyen su mensaje. No se trata solo de difundir propuestas, sino de segmentar audiencias, perfilar intereses y diseñar mensajes personalizados que conecten emocionalmente con grupos específicos de la población.

El ejemplo más célebre es el de la campaña presidencial de Barack Obama en 2008, considerada pionera en el uso de bases de datos y redes sociales para movilizar electores jóvenes. Más adelante, el caso de Donald Trump en 2016 mostró cómo la manipulación de algoritmos y el uso masivo de microsegmentación, través de compañías como Cambridge Analytica, podían incidir de forma decisiva en la opinión pública.

Lo mismo se observó en procesos electorales recientes en Brasil, donde Jair Bolsonaro capitalizó el poder de WhatsApp y Facebook para difundir mensajes simples y emocionales, que lograron penetrar en sectores sociales desconectados de los medios tradicionales.

Hoy, en 2025, la realidad es aún más sofisticada. Plataformas como TikTok o X (antes Twitter) se han convertido en laboratorios políticos en los que un video de pocos segundos puede tener más impacto que un debate televisado. Los algoritmos premian la viralidad, la brevedad y la emoción, lo cual obliga a los candidatos a abandonar los discursos largos para apostar por narrativas cortas, cargadas de símbolos y frases memorables.

Este fenómeno plantea dilemas éticos y democráticos. Si bien democratiza el acceso al debate político y permite que voces jóvenes e independientes compitan con estructuras tradicionales, también expone a las sociedades a la manipulación, la desinformación y la polarización. Los algoritmos no priorizan la verdad, sino la interacción; y esa lógica puede favorecer la propagación de noticias falsas y discursos de odio.

La política del siglo XXI, entonces, se define cada vez más en la esfera digital. Quien entienda el pcoder de los datos, la segmentación y el algoritmo tendrá ventaja en el tablero electoral. El reto de las democracias será garantizar que esta nueva manera de hacer proselitismo no sacrifique la verdad ni la esencia del debate plural.