Un enorme ejército de exigencias, ambiciones, codicias, pase de facturas, frustraciones, resentimientos y envidias se ha ido consolidando en la esfera oficial desde el inicio del Gobierno.
El presidente Abinader ha sabido vadear muy prudentemente todas esas improcedencias muchas veces convertidas en ultimátums, celadas y hasta en una suerte de patíbulo como acaba de suceder con la posición del Congreso de mayoría perremeista en ambas Cámaras.
Totalmente irresponsable la actitud de senadores que sin ponderar los inconvenientes se implican imprudentemente en una vía de resistencia. Sus responsabilidades obligan a la prudencia, pero las dos versiones del “partidarismo revolucionario” (PRD-PRM) no podemos dejar de recordarle aquí aquel pasado próximo de la anarquía Congreso-Gobierno en que vivió el país, y que como suele suceder la historia tiende a repetir situaciones que para el caso parece una sentencia premonitoria que le cae al perremeismo.
Repeticiones más notables en cuanto que los episodios analizados de entonces parecían ridículos con los compromisos de hoy. Poca conciencia y exigencia partidaria conllevan a estas actitudes.
Asimismo, la parte administrativa del Gobierno tiene un desempeño como si se tratara de dos corrientes de dirección: el “abinaderismo” representado en el Presidente, emprendedor y gestor comprometido, y sus decisiones encaminadas a complacer una necesidad social y política latente: el descontento con la corrupción tradicional incrementada con la última gestión de Danilo Medina, y por el otro flanco del cuerpo gubernativo, la actitud antisorpresa del ánimo troglodita anquilosado del viejo PRD jalonado por aquellos episodios de actuar sin respeto por las memorias institucionales y de asalto a las instituciones que han obligado al presidente Abinader a la estricta vigilancia y a repeler el ataque al fisco.
Van a hacer que vuelva la imagen de una doble repetición.