Parece que el excesivamente aplazado fin del mundo seguirá su agitada agenda de fechas nunca confirmadas.
Hasta ahora no ha habido manera de complacer a los augures y finalistas con tan significativas efemérides póstumas.
Se desconoce qué tipo de desequilibrio se procura con esas averiguaciones inquietantes en un mundo que tiene, talvez mal calculados, 4 mil 500 millones de años, en los que ha sucedido de tipo menos la desintegración planetaria ahora nuevamente configurada y aguardada.
Habría que ver, su aquello sucediera, de que les va a servir haber tenido razón a esos profetas que tienen tanta capacidad para adivinar lo indefinible y lo imposible.
¿A qué se dedican estas personas, algunas de ellas parecen muy razonables, cuando no se cumplen sus pavimentadas exploraciones del porvenir?
¿Qué de utilidad hacen en su tiempo de ocio, que debe se por lo menos excesivo, teniéndose en cuenta que los hay que no se dedican a otra cosa? ¿Acaso no le temen al descrédito?
Como sigan no produciéndose tales acontecimientos definitivos, habrá que dedicarse a otros oficios más rentables y menos perjudiciales para la reputación de los neo pitonisos.
Y esto de no acertar es devastador para más de una reputación que se considere mínimamente decente.
Si acertaran, por ciento, ya nadie reseñaría su esplendorosa hazaña en un planeta muerto, lo que no es menos trágico.
La persistente realidad sigue obstinada en no complacerlos.
Si por lo menos dieran algún detalle previo de las razones de causa y efecto se volverían hasta respetables.
El último recurso a que se acude ahora es a lo que se imaginan que sucederá en el 2012.
Las fechas seguirán concursando en la lotería del azar cotidiano, barajándose siempre ese futuro sombrío que tiene también sus ventajas ya que producen estipendios a unas que otras congregaciones ya bien financiadas por manos invisibles y que han ido llenando el espacio nacional con prédicas de un creciente catastrofismo, a lo mejor insano.
Y mientras, ya se estaba, con cierta prisa, ofertando a los interesados, morbosos incluidos, el 21 de mayo para dejar de existir todos a la vez.
Después de decidió un plazo, como a quien tienen secuestrado para matarlo, el día 28 del mismo mes y año en que nos encontramos por azar o por creación, dependiendo de cómo se conciba la vida.
Por supuesto, ninguno de aquellos grandes adivinos, iluminados, clarividentes de la fauna predictiva ofrece la más mínima pista de cuales serán los factores que entrarán en vigor para la decisión última sobre la vida de más de seis mil millones de conflictivas, esperanzadas, desafortunadas, inocentes, guerreras y felices criaturas que, revueltas o dispersas, pisan el suelo de la tierra.
No se sabe qué es lo que sucede por ahí arriba que no aparece el decreto divino decidiendo el apoteósico y apocalíptico fin de la tierra con sus cambalaches, sus carnavales y sus fiestas de guardar.
Como cuestión encomiable y sana es aconsejable examinar cuidadosamente, por psiquiatras experimentados, la mente de los profesionales de la desgracia que, para empeorar, encuentran ecos en los medios de difusión internacionales y alimentan la imaginación de Hollywood.
Ya se sabe lo que harán, en espera, algunos dominicanos: ponerse a jugar dominó en un patio, con un pote de romo al lado, delante de un televisor, si es que hay energía.
La proliferación de profetas de oficio y alguno que otro de ellos, desempleado, muestra los niveles obsesivos y sádicos del hábito.
En una ocasión, una de esas sectas que plantean un cambio mágico, irradiado desde el cielo por medio del cual las fieras se abrazarán con los humanos y la vida en la tierra se quedará suspendida en una primavera eterna (como la de Jarabacoa por ejemplo), dijo en una de sus publicaciones que ya, por fin, tenía la revelada fecha.
El acontecimiento cataclísmico se produciría en el año 1975, que coincidía, sin mencionarlo la publicación, con el acercamiento a la tierra del asteroide Icaro, que fue objeto de la atención mundial en razón de la gran aproximación que éste llegó a tener con la tierra.
No pasó nada y la gente siguió en sus locuras, sus pasatiempos, sus evasiones o resentimientos, haciendo y deshaciendo.
Hay ciertamente una excesiva proclividad a profetizar catástrofes y a crear preocupación innecesaria por acontecimientos que, de producirse, resultarían por demás, inevitables.
Cientos de miles de personas creen, muy convencidas de que el Armagedón o batalla final está cerca o que los elementos, desbordados, se trastocarán y pondrán punto final a la presencia humana en el planeta.
Como previsión consoladora y atenuante, la sabiduría del pueblo sentencia que el mundo solamente se acaba para quien se muere.

