Desde que República Dominicana decidió establecer relaciones diplomáticas con China, tanto el Gobierno como “expertos” en la materia han estado hablando sobre el abanico de buenas oportunidades que eso significa para el país.
Parece un cuento de hadas con final feliz en el que habrá mayor inversión extranjera, ayudas económicas, aumento del turismo y de proyectos de cooperación.
Hasta el mismo presidente, Danilo Medina, fue a China en lo que a juicio de algunos parece un gran éxito para el pueblo y el Gobierno.
Sobre este asunto, lo que muchos parecen no entender es que una moneda siempre tiene dos caras y la cara de beneficios presentada hasta ahora en esa relación con China es la que deliberadamente nos han mostrado ya sea por ignorancia o razones políticas. ¿Dónde está, pues, la otra cara?.
Observen que, desde el primer momento, el establecimiento de las relaciones diplomáticas con China no responde a un acto libre, sino condicionado por el propio país asiático: para establecer relaciones con China hay que romper primero los lazos con Taiwán y considerar este lugar como parte inalienable del territorio chino. Pero hay algo peor que esto, y es el aluvión de problemas que nos podría venir si no se actúa con cautela, pues la otra cara de la moneda es la posibilidad de la pérdida de nuestra tierra, y sobre todo, la tierra agrícola.
Hay que recordarle al presidente Danilo Medina y a los funcionarios del Gobierno que en China la tierra cultivable se ha reducido por casi cuatro años en forma consecutiva y hoy ese país cuenta con menos de un 10 % de tierra agrícola para alimentar a 1.4 billones de chinos, entiéndase, un quinto de la población mundial.
Eso explica por qué China se ha apoderado de la tierra de muchos campesinos en muchos países mediante la compra o arrendamiento cuasi forzado con el contubernio de otros gobiernos.
¿Qué le hace pensar a la gente que los chinos no harán en San Juan, La Vega y otras provincias lo mismo que han hecho en África y empiezan a hacer en América del Sur?
Entendemos que Estados Unidos nunca ha sido de lo más justo que digamos ni con nuestro país ni con ningún país latinoamericano en cuanto a relaciones diplomáticas y económicas se refieren, pero tampoco se puede caer en la ingenuidad de creer que con China encontramos la panacea de todos los males de nuestro pueblo.
Pese a la guerra comercial que tienen Estados Unidos y China, al final, no habrá vencidos ni vencedores, pues los grandes no se aniquilan entre ellos, sino que explotan a los más pequeños y, dentro de los pequeños, estamos nosotros.
Hace ya un par de años, me llamó mucho la atención el letrero de una tienda china para la venta de pollo frito en la capital: La Nueva China.
El nombre de esa tienda y la enorme cantidad de personas que entraban en ese lugar para comer, personas que probablemente nunca se detuvieron ni se detendrán a pensar sobre ese título, me hicieron reflexionar sobre cuánto ha cambiado la sociedad dominicana en las últimas décadas. Parece que hoy en día la gente come sin pensar y no quiere pensar para poder comer.
Me pregunté qué habrían dicho Sánchez, Luperón o Caamaño sobre ese letrero o qué habrían pensado todos esos héroes desconocidos que murieron por la defensa del país después de la Independencia dominicana, la Restauración o la Revolución de Abril. Pienso que el patriotismo extremista se vuelve nacionalista y al final es dañino, pero también creo que tenemos que proteger nuestra tierra y ese simple letrero podría ser un preludio de lo que le podría pasar a nuestro país en un futuro si no se actúa con mesura.
En el año 2017, China produjo dos nuevos multimillonarios por semana, según reporta el banco suizo UBS. La única forma que una persona se pueda hacer multimillonaria es explotando a millones de pobres. Eso habla por sí solo. Esperamos que el Gobierno dominicano proteja nuestra tierra agrícola y a nuestros campesinos, estableciendo relaciones con China sin que nos expriman como una naranja.
El autor es periodista