Como si asistiéramos a lo que el pensador dominicano Francisco Prats-Ramírez denominó en uno de sus artículos «Las mentiras de la diplomacia secreta», es que se podría concebir la aventura de invadir a Haití nuevamente, acción en que la República Dominicana, a decir del canciller Roberto Álvarez, participará con ayuda militar, todo esto luego del gobierno negarlo en innumerables ocasiones.
No nos extrañemos con este abuso de poder, pues cada una de las partes envueltas en el desatino de la irrupción al país más pobre del hemisferio tiene sus propios intereses: la República Dominicana, explota el tema de forma electorera; los EUA, está mirando hacia el este de la isla con la visión del año 1915, momento histórico en que intervino allá y un año después se metió aquí, dejándonos de «regalo» a Trujillo; las naciones africanas, buscan afanosamente dólares que mitiguen su «sed verde»; la ONU, ve una «maravillosa oportunidad» para capitalizarse, y como no puede aplicar la misma receta en Ucrania o Franja Gaza (Guterres dice que Netanyahu ni le toma el teléfono), se «da a sentir», aunque sea en un pueblo cayéndose a pedazos, como está Haití.
Igualmente, la intervención apuntalaría a Ariel Henry, socarrón y oportunista personaje haitiano, vinculado al asesinato de Jovenel Moise, permaneciendo éste por más tiempo aferrado al poder.
Con los casi 700 millones de dólares que costará de inicio esta torpeza bélica, el malhadado Haití resolvería problemas cardinales que le vienen agobiando por décadas: se construirían tres maternidades, se equiparía a su policía para enfrentar los antisociales, se harían muchos acueductos, se asfaltarían calles y carreteras, se sembrarían millones de árboles, se construirían escuelas, etc. Lamentablemente, cada país va con sus propios propósitos, los cuales están muy lejos de ser altruistas.