Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Nuestra historia

El pueblo dominicano está marcado, como por una maldición irremediable, desde que decidió organizarse política y jurídicamente como Estado. Lo que debió ser un triunfo, parece que se convirtió en una derrota o en un derrotero que nos ha llevado de tumbos en tumbos. Estas son verdades incómodas de decir, duras de oír y difíciles de aceptar. Sobre todo si se ignoran los hechos más relevantes de nuestra historia. A las pruebas me remito.

Recordemos que Juan Pablo Duarte y sus seguidores, como pequeños burgueses influidos por las ideas liberales de su época, aspiraban a crear un Estado burgués o capitalista, pero solo se creó un esperpento hatero. El general Pedro Santana se impuso por la fuerza de las armas y organizó la nación a su imagen y semejanza. Los hateros eran los dueños de hatos o predios con animales de crianza que representaban el residuo social de los dueños de esclavos en nuestro territorio. Tenían el poder económico, social, político y militar de su tiempo. Por eso Santana logró ser el primer jefe de Estado que tuvimos. Le bastó el tristemente célebre artículo 210 para convertir la primera Constitución, la de San Cristóbal, del 6 de noviembre de 1844, de un proyecto liberal a una Ley Suprema conservadora.

Entre el sanguinario Santana y el inmoral Buenaventura Báez se nos fue la vida de la república febrerista. Cuando Santana se convenció de que ya no tenía apoyo social para seguir gobernando, decidió vender la Patria a los españoles, con la Anexión, a cambio de un título de Marqués de Las Carreras, y que lo dejaran dirigiendo. De jefe de un Estado pasó a ser gobernador de provincia.

Con la Guerra de la Restauración, el pueblo dio lecciones de dignidad y decoro en el combate. Pero una vez lograda la Segunda República, los jefecitos se turnaban en el poder con la consigna de “abajo el que suba”. Tan grande fue el desorden político y la falta de institucionalidad que los Estados Unidos de América, mejor de Norteamérica, encontraron el pretexto para ocuparnos militarmente. La ignominia duró del 1916 al 1924. Con la evacuación de las tropas estadounidenses nos quedamos con el ambicioso Horacio Vásquez, que abrió las puertas a la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina.

Trujillo fue, por sus métodos de gobierno y el desprecio hacia el pueblo, la continuación en niveles superiores de Santana, Báez y Ulises Heureaux (Lilís). Duró treinta y un años como amo y señor de horca y cuchillo de la República. Un grupo de valientes se hartó de vivir sin honor y le ajustó todas las cuentas, rellenándole el cuerpo con plomo, como debía ser, en la noche del 30 de mayo de 1961.

Pero Trujillo dejó su práctica autoritaria y perversa como parte de nuestra cultura del poder. Balaguer la ilustró para ejercerla con manos de hierro en guante de seda.

Aquí los trujillitos abundan en todos los poderes del Estado. Y son abusadores. Aquellos polvos de nuestra historia trajeron estos lodos de hoy.

 

El Nacional

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