Certidumbre judicial
Siempre he creído que quien apuesta en un juego de azar lo hace bajo la agonía de la posibilidad de perder, mezclada con la alegría de que puede ganar. Y se arriesga debido a una adicción, producto de la debilidad de carácter que tiene, o en razón de que no encuentra forma distinta de ejercitar su ilusión de alcanzar un bienestar que no ve posibilidad de realizarlo por otros medios, incluido el trabajo tesonero, disciplinado y organizado. Eso lo lleva a sacrificar lo seguro por lo incierto y fuera del cálculo racional de una buena inversión, por lo que actúa como un loco o un estúpido. Pero si ese jugador está seguro de que va a ganar, no porque confíe que la suerte está de su lado, sino porque sabe que todos los elementos que conforman la actividad y que deciden el resultado fueron amarrados por él o por sus asociados, entonces es un tramposo.
En la vida no hay nada seguro, salvo la muerte. Ella nos asecha con la guadaña al hombro y la baba colgando. Llegará un día, que será temprano o quizás más tarde. Pero su presencia es permanente, ineludible e implacable.
Albert Camus, con su estilo literario de combatiente y sus ideas de filósofo vitalista, nos habló de la ley del absurdo que rige nuestras vidas, y todo el Universo. Fuera de la muerte, nada está seguro en la existencia de una persona.
Ciertamente, así es. Y todo proceso judicial está revestido de esas características. Nadie, en las condiciones normales que deben darse, puede vaticinar con un cien por ciento de seguridad cuál será el fallo del juez o tribunal que conoce del expediente. Esto así porque el juez está obligado a ser imparcial e independiente en todas sus actuaciones durante el litigio, desde la instrucción hasta que dicta su decisión. Sólo está sometido a la Constitución, las leyes, la ética, la moral y las pruebas aportadas por las partes envueltas en el caso. Nada más, ni nada menos.
Por esa incertidumbre del imputado, en caso de que sea un asunto penal, o de los litigantes, si se trata de otra materia del Derecho, es que nadie en su sano juicio desea de buena gana verse envuelto en un conflicto judicial.
Ahora bien, cuando el juez tiene una buena formación jurídica y una cultura general sólida, valores y principios del recto actuar y el correcto vivir, podemos contar con cierta seguridad en el proceso judicial. Basta que se haga una buena defensa, y ese juez dirá el Derecho y aplicará justicia como debe ser. Él hará la ponderación de lugar, ejercerá la sana crítica y responderá a los parámetros del sistema normativo que debe interpretar y aplicar. Proporcionará la seguridad jurídica que todos esperamos, y que se encuentra, no en el estado de ánimo o la arbitrariedad del juez, sino en la constitucionalización del proceso judicial.
La certidumbre judicial puede ser una realidad, para los abogados con dotes de juristas, si el juez es íntegro y respeta el ordenamiento jurídico y la dignidad de las personas.