Apenas estrenando esas características tan particulares de la adolescencia, se manifestaron los rasgos de una personalidad que no experimentaría un ápice de cambio a lo largo de sus más de ocho décadas de existencia.
Era la combinación perfecta de una rebeldía natural contra todo aquello que consideraba injusto, con las más impactantes muestras de ternura y sensibilidad, al punto que las lágrimas brotaban de sus ojos con mayor facilidad que lo que le costaba articular palabras, aun siendo un buen orador.
Ese temperamento contenía los insumos suficientes para no asumir, bajo ninguna circunstancia, actitudes de indiferencia ante los oprobios que se producían en los terrribles años en que transcurrieron su juventud, su adultez y parte de su tercera edad.
También te podría interesar: Jovenemprendedor
Como era previsible, pronto se convertiría en objetivo perseguido en dos direcciones absolutamente opuestas. Por un lado, de parte de esbirros de un régimen intolerante ante la más mínima señal de disidencia. Por el otro, de aquellos que, con el mayor sigilo, se empeñaban en articular voluntades para intentar revertir un estado de cosas incompatible con la más elemental expresión de dignidad.
Ni pensar que la segunda opción no fuera su preferida. Quienes lo captaron, se convencieron del tremendo activo que se habían adicionado. Lo que no sospechaban era que su trayectoria le tendría reservado un papel estelar para preservar, sin vacilar un segundo, los objetivos primigenios que determinaron su unidad y, lo más importante, en la fidelidad inquebrantable a compañeros caídos en el camino y sus familiares cercanos.
Ser coherente en la externalidad de sus ideas, hacerlas concordar con sus acciones, se convirtió en el motivo que guiaba su cotidianidad. Tuvo el tino de arrimar su corazón al de la mujer ideal para compartir los niveles de compromisos que demandaban las causas que defendía. Solo alguien de esa dimensión, era capaz de validar enormes sacrificios que supone no dejarse seducir por ofertas atractivas, aun en momentos de precariedades lacerantes.
Tuvieron tres hijos a quienes pusieron nombres de amigos entrañables con los cuales compartieron ideales, luchas y fracasos. Apostaron por darles esmerada educación y la prole supo reciprocar el esfuerzo. Se convirtieron en dignos continuadores de la mística de vida que sus progenitores les inculcaron.
Cuando él libró su batalla final, ahí estuvieron ellos, ofreciéndole la despedida merecida y confirmando, con tantas manifestaciones de solidaridad, que todo había valido la pena y, por eso, dándole garantías de que la lucha seguiría.