“Se pueden atrapar cangrejos en el lado mexicano y dejar la trampa abierta; en el lado americano se debe cerrar la trampa, porque cuando un cangrejo intenta salir los demás lo ayudan y salen todos, pero, en el lado mexicano, cuando uno intenta salir, los demás lo impiden para quedarse todos.” Esta analogía atribuida a Emiliano Zapata es la mejor representación del resentimiento o envidia social que provoca el progreso en otros.
En América Latina –lamentablemente- es donde mayor proliferación ha tenido este pensamiento derrotero de preferir perder 2 pesos para que otro pierda 3 antes que ganar 1 ambos compartiendo. Según Nietzsche, ese brillante e incomprendido pensador alemán, la envidia es el resultado directo del igualitarismo humano que a todas luces es antinatural.
Imponer una supuesta igualdad entre todos los humanos es el principal combustible del pensamiento resentido. Esto así porque al momento de un individuo igual a ti progresar o avanzar a una mejor condición social que la tuya, se considera que ha roto el “pacto social” de igualdad. Las diferencias nos hacen iguales como humanos, pero ser humanos no nos hace iguales como personas. Ahí radica el asunto.
Hacemos la breve reflexión porque últimamente he podido observar un incremento preocupante en la actitud envidiosa de ciertas personas que al entender que todos somos iguales debemos compartir las mismas aspiraciones sociales aunque nos esforcemos más. Rotunda equivocación.
La envidia es hambre espiritual
Las circunstancias de cada hombre son diferentes, y cada uno está obligado a interactuar y reaccionar en torno a esas circunstancias; ya lo había dicho Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo” .
Es importante hacer saber que la igualdad entre humanos radica en las diferencias mismas. Cada aspiración es única y basada en las circunstancias que rodean a cada persona por lo que pretender agredir o resentir a un individuo por aspirar y esforzarse para progresar es un acto cobarde y se utiliza como un tipo de reivindicación al fracaso personal. La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual afirmaba Miguel de Unamuno.
En otras palabras, si a usted le molesta o resiente el progreso –justificado o no- de una persona, piense en qué ha hecho usted para lograrlo y esfuércese más para alcanzarlo. lo cual resultará en mayor gratificación cuando lo logre; lo contrario a quejarse por la suerte del otro que solo conduce a la frustración .