Leyendo una crónica del locutor Juan Esteban Imbert, donde recordó la pensión de doña Pura, evoqué aquellos episodios inolvidables de mis visitas a la casa de huéspedes de mis bisabuelos paternos, ubicada en la emblemática calle El Conde de mi querida ciudad de Santo Domingo.
Esa pensión fue refugio de estudiantes de todas partes del país, de dirigentes de izquierda, que se escondían de la represión policial y de figuras como la de Jack Veneno, quien vivió ahí y era de los afectos de mi bisabuela, Pura Ricart, madre de mi abuela Fior Daliza mejor conocida como Miñón, la madre de mi padre, el doctor Alberto Rodríguez Sánchez.
Recuerdo cuando era llevado a la pensión en horas de la tarde, si mi memoria no me falla los viernes, a esa casona de dos plantas, con pasillos inmensos, llenos de habitaciones y una gran cocina en la parte trasera. Mi bisabuelo, Alberto Sánchez, siempre me daba algo para los chiclets.
En aquella época, principios de la década del ochenta, 10 pesos era una buena cantidad para un niño de 5 años comprar juguetes y dulces. Ya en esa época mi padre era fanático de las luchas libres; en ese momento empezaban a tomar mucha fama las funciones del auditorio enclavado en el sector La Primavera, llamado Parque Eugenio María de Hostos, lugar que también se llamó Parque Ranfis, en honor al hijo del tirano.
Vagamente recuerdo que una noche mi viejo me llevó a una velada de lucha donde se armó una reyerta y mi papá me subió en sus hombros para correr hasta la avenida Independencia y de ahí subir a la calle Dánae, donde residíamos, y mi padre tenía su consultorio de odontólogo junto a mi abuelo, Pedro Atilio Rodríguez Botello, ex militar del ejército dominicano.
Desde esa vez quedé flechado con las luchas y su protagonista Jack Veneno; después supe que por años el ídolo de la afición residió en la pensión de mi bisabuela Pura. El mismo Jack me lo dijo: “¡Oye Albertico, doña Pura siempre me dio un trato exquisito cuando residí en su pensión!», algo que me llenó de orgullo cuando el campeón me lo comentó.
Uno que otro domingo asistía a las carteleras acompañado de un muchachón que fue criado en la casa de mis abuelos de nombre Angelito, quien era una especie de utility y hacía de todo en aquella residencia ubicada en la Dánae, 3, de Gascue.
En los últimos años de vida del ídolo de multitudes, estuve cerca de su familia, algo que me llevó de nuevo acercarme a su hijo Jack Michael a quien conocí en el patio del Colegio La Salle a mediados de la década de los ochenta cuando ambos éramos niños, pero él era el hijo de aquella figura que llenaba estadios en todo el país y todos lo reconocíamos en el plantel escolar.
Nunca se me olvidarán los combates de Jack, quien más que un luchador era el Superman del pueblo. Recuerdo esos combates sangrientos frente al Monje Loco, Taras Bulba, Puño de Hierro, Hugo Savinovich y Stan Hansen, entre otros combates donde la empresa Dominicana de Espectáculos le imprimía el toque de nacionalismo a esos combates y donde también Veneno le daba valor a su estilo técnico entre las cuerdas y sus conocimientos luchísticos parecido a los mexicanos.
Por: Alberto Rodríguez
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