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Reflexiones en terreno pedregoso

Reflexiones en terreno pedregoso

Eloy Alberto Tejera
eloyalbert28@hotmail.com

La lectura del texto Tras el ocaso, la aurora (Editorial Ecce Búho, NY, febrero 2020), del escritor y sacerdote Ricardo Fajardo me ha empujado al terreno pedregoso de varias reflexiones donde abundan conceptos que fanatismos y exaltaciones que provocan y resbalan tenebrosamente por el alma. A la cetrería o el arte de cazar es una de ellas. Y lo digo porque cuando pienso en el patriotismo de toda laya, el falso sobre todo, me doy cuenta de que patriotas, de la mejor estirpe postiza, hay fuera del país.

En Nueva York, por ejemplo, se dan como la verdolaga, y es por eso que me supongo que desde allá saldrán hordas a cazar inmigrantes cuya tez oscura es una ofensa y que osan cruzar la frontera dominico-haitiana.

Digamos que el texto de Fajardo, Tras el ocaso, la aurora, entra en el terreno de lo que es la identidad con el mejor escalpelo o el arma más indestructible: la ficción, mezclado con el ensayo, pero siempre dándole un tinte con la realidad pensada.

Por ello es que desde el personaje principal de su texto, Próspero, Fajardo, acostumbrado a navegar entre hostias, frío y reflexiones, va hilando los principales acontecimientos que han marcado nuestra historia. Desde la Conquista o el avasallamiento del hombre blanco, hasta la invasión haitiana bajo la idea o la modalidad de Toussaint Louverture, que preconizaba el concepto de que somos una sola isla, que la indivisibilidad es el reino a construir.

El padre Ricardo Fajardo ha sacado su texto en un momento especial del mundo: recorren las calles enfebrecidos patriotas y canallas que asidos a la bandera (ese lujoso trapo) se abrazan al asunto de la raza, la identidad, la nacionalidad, para enarbolar con la boca convertida en fauces, las diferencias y camuflar su pretensión de superioridad y racismo.
Ricardo Fajardo está claro con lo que ha querido plasmar. Señala que su texto enfila hacia asuntos que tendrán gran trascendencia en el tiempo que vivimos. El mismo dice, y de memoria trato de interpretarlo: “la raza, la identidad, la nacionalidad, el racismo, la xenofobia, ocuparán importantes roles en la vida y el desarrollo de los pueblos”.

De eso no hay duda: piensen en el brexit, en Cataluña, en el trumpismo, a pesar de hay que dejar claro de que el mundo no lo ha enturbiado Donald Trump: él es la cresta de lo más oscuro que desde hace tiempo mucha gente tenía escondido en oscuros y sórdidos rincones.

El personaje Próspero encarna la voz de una conciencia: a lo largo del texto va reflexionando sobre lo que ha devastado la República Dominicana: y que aparezcan piratas, políticos, la biblia y un látigo sobre la epidermis indígena, no es para echarlo de menos.
Los cimientos y el bienestar occidental se crearon bajo el techo de la barbarie. Próspero nos hace ver el papel estelar que tiene el pasado en la identidad que se van labrando los pueblos, y la forma que tienen que mantenerla y recuperarla.

El libro de Fajardo, en prosa limpia, tiene grandes momentos en materia de ficción: el encuentro de Prospero y Loreto Diplán es uno de ellos. Objeto del libro el prólogo desabrido del libro, del poeta Mateo Morrison (demasiadas citas), y que no tenga los datos biográficos del autor.

Fajardo ha vivido mucho tiempo en Nueva York, conoce la hiel del exiliado y sus dolores. Y celebro, que sale en el momento perfecto con su texto: donde la movilidad se ve con ojeriza y se escupe el siguiente versículo: “Mostrad, pues amor al extranjero, porque vosotros fuisteis extranjero en la tierra de Egipto”. (Deut. 10:10).

Quien conoce a Ricardo Fajardo, sabe que en su más reciente texto, el filósofo, él y el humanista prevalecen, y es bueno, en estos tiempos donde la oscuridad recorre tan rápidamente los espacios.

El mismo Próspero se define (y un parangón espiritual con el autor Fajardo tiene): “Yo también he sido un hombre de ideario, con firme convicción y formado en el campo de batalla”.
El autor es periodista y escritor.

El Nacional

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