En una entrevista reciente con el Financial Times, el primer ministro de Singapur, Laurence Wong, comentó una realidad indiscutible: vivimos en un mundo donde las reglas del pasado ya no aplican y las nuevas aún no están escritas. Quien no entienda esa frase, no entiende la geopolítica actual.
En Occidente ya no estamos frente a una dicotomía clásica de izquierda y derecha; lo que tenemos es un eje populista-proteccionista versus un eje liberal-globalista.
En ambos hay líderes de izquierda y de derecha. Brasil, por ejemplo, gobernado por una izquierda pragmática, es de los países más proteccionistas del planeta; pregúnten por nuestro ron y nuestro tabaco y los aranceles que enfrentan en dicho país.
En Estados Unidos, Trump —a quien siempre he considerado un político extraordinariamente pragmático y eficaz para mercadear su nicho— aplica también políticas proteccionistas con un envoltorio populista y llano que ha conectado mucho más que discursos anteriores más teóricos y convencionales.
Mientras tanto, en Oriente operan lógicas distintas: Rusia, China y varias monarquías árabes tienen estructuras de poder más estables, sin el desgaste del debate permanente. Y, aunque no compartamos sus modelos, avanzan con decisiones rápidas mientras Occidente se enreda en discusiones estériles. Esa es mi preocupación: perdemos tiempo en peleas de superficie y dejamos de resolver lo esencial.
Tras la Guerra Fría, la diplomacia se apoyó en procedimientos previsibles. Hoy, muchas puertas se abren por backchannels y redes de afinidad política. Lo escribí hace años: el eje MAGA articuló liderazgos que hoy gobiernan —Meloni en Italia, Milei en Argentina, Bukele en El Salvador— y ya operan como bloque. Si no eres de su grupo, te tratan como a un externo. La diplomacia tradicional perdió tracción y a varios les dolerá admitirlo.

