Opinión

Ricardín Hernández

Ricardín Hernández

Trabajé durante casi siete años con Ricardo Hernández, Ricardín, lo cual no sería nada extraordinario, si no tuviera que  señalar las diferencias que, en términos profesionales, pusieron fin a esta relación laboral y profesional, iniciada a mediados de los ochenta,   con un saldo positivo, en cuanto a experiencias y sentimientos de infinita gratitud. Noblesse oblige.

Hernández falleció recientemente, dejando atrás un intrincado historial de confrontaciones comerciales que el tiempo y sus cronistas irán desenredando para  colocarlos en su justo lugar. La historia se torna objetiva sólo en la posteridad.

Haber sido testigo de excepción de  un capítulo especial, protagonizado por este agresivo y emprendedor hombre de negocio, me compromete con su reseña, responsabilidad a la que no voy a renunciar, a riesgo de no proceder  con la objetividad e imparcialidad que demanda escribir la historia.

Entré a formar parte del Grupo Hernández en momentos en que este consorcio sostenía una seria disputa legal con  su principal competidor, Cartonera Dominicana, presidida por José del Carmen Ariza. Para ser preciso, entre Cartones Haina y Cartonera Dominicana. La primera demandaba la prohibición de la importación de cartoncillo, principal materia prima del cartón corrugado, en capacidad de suplir al segundo.

La industria regenteada por Ariza  se resistía a someterse a lo que calificaba de “competencia desleal y control monopólico del mercado”  por parte de  Hernández. La disputa envolvió a todos los sectores, incluyendo a líderes políticos, religiosos y artísticos. El liderazgo empresarial aparentó  mantenerse al margen, para lograr un arbitraje, sin conseguir ser del todo convincente.

Dos de las más destacadas oficinas de abogados del país, a saber, la de Vincho Castillo y la de Pina Acevedo, se enfrentaron en los tribunales en una lucha titánica sin precedentes, llegando a crear jurisprudencia en el campo legal industrial y comercial,  reservado, hasta entonces, a los arreglos fuera de la corte. Quedan las interpretaciones, como invaluables aportes a las fuentes de consultas de abogados y órganos jurisdiccionales.

Debo resaltar la ilimitada capacidad creativa de Ricardín, quien no cesaba de traer nuevas ideas, yendo más allá de las áreas en las que se había destacado. En este sentido, debo destacar su interés por los medios de comunicación,  para lo cuales me llegó a comunicar más de una idea, algunas de las cuales pusimos en práctica.

Por ejemplo, el origen del programa Triálogo fue una de estas iniciativas, para la cual me recomendó contactar a José Israel Cuello, Andy Dahuajre y Aníbal de Castro. En principio, José Israel rehusó formar parte del proyecto, proponiendo a Federico Henríquez Gratereaux, quien –si mal no recuerdo-, apenas participó en un par de emisiones. El nombre del espacio fue propuesto por su original promotor y sustentador, en cuya composición participé.

El Nacional

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