Una ventaja de los libros es que son eternos a partir de la fecha en que publican. Por eso, hay que tener paciencia y comedimiento para darlos a la imprenta. Nadie los está esperando, y también uno debe zafarse la idea de que transformarán el mundo una vez estén en el ruedo, o que la literatura sin ellos será más escuálida o deficiente.
En mis andares citadinos por la Ciudad Colonial, en el escaparate de la librería de Virtudes Uribe (que heroicamente a desaparecer se resiste), vi un libro con portada que hacía pensar en la yema de los huevos, titulado: “Cuentos y poemas” (1998-2003) de la inefable Rita Indiana.
De la autora conocía poco. Salvo que era nativa de la irreverencia, y de la tierra que por su fachada y sus pronunciamientos públicos, hacía pisar con frecuencia la zona o de los proscritos.
Metido en el libro, no tuve que desandar mucho en sus páginas para percatarme de inmediato de que la autora se insertaba, con mucha conciencia y cierta eficiencia, supongo, en lo que es el terreno del urbanismo y sus seres perdidos y en aquellos seres que no rescatados por nadie.
Salvo por el ojo de la autora o por el dueño de una funeraria o esquela de periódico de escasa circulación.
Es en lo urbano donde se inscribe y se desarrolla la angustia. A fuerza de recibir gentes y de atiborrarse, en los espacios geográficos se condensan las nubes del sinsabor, de las necesidades. Mucho ha llovido desde aquella literatura de personajes provincianos de Honorato de Balzac.
En esa literatura otros eran los problemas, las sutilezas, las preocupaciones. Balzac tuvo el reto de retratar en esa época la tacañería de ciertos personajes, a nosotros ahora toca la de retratar el hambre.
Lo de ahora es el urbanismo, la preeminencia de los seres rotos del mundo: el policía, dependiente de la bala y la macana, el drogadicto supeditado del paraíso artificial que dan las metanfetaminas, el profeta enchumbado en discurso del evangélico, el sidoso que no abdica de la marihuana y que sabe que en un coctel de medicamentos está su salvación, y de él presume.
En la literatura de Rita abundan estos personajes. Los retrata de manera cruda. Y ahí hay un peligro, y quizás una belleza. Toda literatura, creo, para sobrevivir debe tener cierto acercamiento o roce con lo metafísico.
El cuento, el poema, la novela, deben arrastrar lo lírico para no rozar el panfleto o para no situarse en el tipo de literatura chata. Cuando se leen los poemas y cuentos de Rita, no siempre ella tiene éxito en saltar el reto de eludir cierta crudeza.
La complejidad no se consigue a través de fórmulas o esquemas o quizás, abordando un conjunto de personajes urbanos, cuyas desgracias, cuitas y deformidades están a la vista de todos. Una ventaja de este tipo de literatura es que tiene un público asegurado, un tipo de lector cautivo.
Las grandes editoriales han hecho un gran nicho de ella. Y ni decir que sus lectores están mejor y más fielmente organizados. Quizás Rita Indiana sepa a dónde va, y tiene el derecho de retratar a sus personajes como quiera.
Pero una desventaja que tiene este tipo de literatura, -como a los corredores de distancia corta, cuando va a metros más largos- se le sale la lengua, la respiración se le dificulta. Una clave en la literatura es trastocar lo reconocible, darle complejidad. Rita, a mi juicio, tiene el reto, creo, de conferirle a esa literatura –tumbándole un poco de sucio- metafísica, y de liberarla de la crudeza.
Por: Eloy Alberto Tejera
eloyalbert28@hotmail.com
El autor es periodista y escritor.