Producir los alimentos básicos para sobrevivir, aplicando la menor cantidad posible de métodos e insumos importados, sintetiza el significado del título de estas líneas.
Somos de opinión que esa posibilidad para el pueblo dominicano empezó a desvanecerse partir de 1961, con el éxodo del productor campesino a las ciudades atraído por las prebendas y canonjías que ofertaba (y oferta) la política clientelar y populista. Eso dio lugar a que se crearan lo que hoy llamamos “cinturones de miseria en las ciudades”, con las implicaciones que conocemos.
Además, la producción agropecuaria se redujo y encareció significativamente.
Lo grave del caso es que, a partir de esa realidad, la Seguridad Alimentaria del país está condicionada a una doble dependencia: Ambas de origen externo, una de ellas con presencia física en el país.
Esto así, porque la salida masiva de nuestros trabajadores del agro a las ciudades es sustituida (en gran medida), por los vecinos de la parte occidental de la isla, y, la otra dependencia consiste en la importación de métodos e insumos que contribuyan a incrementar y acelerar la producción para satisfacer la demanda que aumenta de manera exponencial.
Como podemos observar, se conjugan dos factores esenciales, los cuales agudizan la situación de dependencia de nuestra Seguridad Alimentaria: Por un lado, la presencia masiva y creciente del extranjero en la producción; por el otro, la imperiosa necesidad de importar métodos e insumos.
Reversar o anular esos factores ya no es posible (por lo menos en el corto plazo), sin embargo, existe la posibilidad de mejorar las condiciones de vida en el campo, a niveles que animen a nuestros campesinos a retomar el sentido de pertenencia y no abandonen sus predios. La dependencia de las importaciones es un poquito más complicada, pero debemos abordarla mediante el fomento de la producción con abono orgánico. ¡Hagamos el intento!