Las hermanitas amaban los animales. Los perros eran sus favoritos. Su mamá suponía que serían veterinarias. Pero no, la mayor estudió ingeniería. La otra medicina. No obstante, su pasión original se incrementaba.
En su casa siempre hubo más de dos animalitos.
En ocasiones, se trataba de ejemplares adoptados, por su sensibilidad al conocer los maltratos que recibían.
Uno fue un pastor alemán que, pese a su deterioro, seguía mostrando vestigios de rancio abolengo. Lo conocieron en el refugio para adopciones que visitaban. Muchos ofertados recibían propuestas, menos este enfermo y envejecido animal.
Su historia era particularmente triste. Por más de diez años, lo mantuvieron amarrado para que sirviera de guardián en un taller de mecánica en el cual, sus propietarios, gracias al temor que infundía, nunca fueron víctimas de un atentado contra sus pertenencias.
Como el paso del tiempo no deja de disminuir, con huellas dolorosas, las fierezas más intrépidas, el celador invicto no fue la excepción. Su fragilidad se hizo tan ostensible, que a nadie provocaba respeto y, por eso, los dueños del negocio empezaron a considerar en riesgos sus activos.
Con el más despiadado de los gestos, lo subieron en una camioneta y lo dejaron deambular por calles alejadas del que fue su espacio durante tanto tiempo. Pocos días fueron suficientes para que su condición alcanzara niveles deplorables.
Por una de esas coincidencias de la vida, el refugio quedaba cerca del lugar donde fue abandonado y los vecinos lo entregaron. Pese a los cuidados iniciales, no fue mucha su mejoría y, por eso, nadie se animaba a acogerlo en adopción.
Hasta que las hermanitas conocieron el caso. Como tenían tres perros en su casa, esperaron unos días con la esperanza de que alguien se condoliera y lo asumiera. Al no ocurrir así, tomaron la decisión.
Al llevarlo al veterinario, supieron que su situación era peor de lo que imaginaban. Pese al costo que implicaba intentar mejorar su estado, incurrieron en los sacrificios que suponía y lograron solventar los tratamientos que el caso ameritaba.
Pocas semanas después, el cuadro empezó a cambiar.
Lo llevaron a su casa.
Para su sorpresa, la empatía fue inmediata entre aquel gigante y los tres enanitos que lo acogieron como viejos amigos.
Su primer manjar fue un caldo de pollo con vegetales.
Nadie fue indiferente al ver las lágrimas caer de los ojos de aquel animal agradecido, mientras devoraba algo que jamás había degustado.