Opinión

Símbolos contra odio

Símbolos contra odio

Las llamas del odio racial no acaban de extinguirse. Pero en la medida que se propagan, más crecen los espíritus nobles, como los de Nelson Mandela y el doctor José Francisco Peña Gómez. Los 27 años que Mandela permaneció en prisión por defender las libertades y condenar la segregación racial, o más bien la discriminación de los negros por una minoría blanca, lo convirtieron en un mártir. Las penurias no lo doblegaron, sino que lo fortalecieron. Aclamado como un héroe al salir de la cárcel declaró que nunca se sintió privado de su libertad, que la prisión es un estado de ánimo y que él siempre se consideró un hombre libre. Esas palabras cobrarían plena vigencia cuando Mandela, postulado por Congreso Nacional Africano, gana las elecciones con una mayoría abrumadora. Era la hora de la venganza contra la minoría blanca (10% de la población) que durante años había conculcado las libertades y sometido a la mayoría negra (80%) a las más crueles vejaciones. Pero antes que fomentar el odio y la venganza, Mandela prefirió la unidad de los sudafricanos, dando de esa manera uno de los más nobles ejemplo de integridad.

No se sabe si había realizado algún tipo de gestión, pero su funeral fue escenario de un encuentro histórico: el apretón de manos que se dieron Raúl Castro y Barack Obama, que para nadie resultó casual. Tal vez pudo ser alguna última petición del líder sudafricano para poder descansar en paz. Después de ese histórico contacto entre los dos presidentes, era cuestión de tiempo para que comenzara a derrumbarse el muro entre Estados Unidos y Cuba, que hoy discuten el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas y comerciales. Al ponderar la dimensión de Mandela, por estos predios se tiene que recordar a ese gran líder político que fue el doctor José Francisco Peña Gómez. Nadie fue tan denostado, perseguido ni combatido con tanta ferocidad, negandósele incluso hasta la condición de dominicano. Sin embargo, expiró sin odio, perdonando a quienes lo acosaron con saña, llevando las diferencias políticas a un oprobioso plano personal.

A pesar de gestos como los de Mandela y Peña Gómez, y discurso como el del papa Francisco, conmociona que la discriminación y el odio estén presentes en sociedades como la dominicana. A nombre de esos funestos sentimientos, que tienen en la inmigración de nacionales haitianos y sus descendientes un vano pretexto, se ha llegado a amenazar de muerte e intentado desacreditar a periodistas (verbigracia los casos de Juan Bolívar Díaz, Huchi Lora, Roberto Cavada y Amelia Deschamps) por disentir de la desnacionalización de haitianos asentados por décadas en el país. Ejercer la libertad de expresión se ha convertido en una felonía que atenta contra intereses de sectores que no se sabe dónde estaban en abril de 1965, cuando Estados Unidos mancilló la soberanía nacional.

El Nacional

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