Opinión

Sociología del vino

Sociología del vino

POR: Efraim Castillo
efraimcastillo@gamail.com

 

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Hablar del vino es, posiblemente, hablar de los éxtasis del hombre y, sobre todo, con esas algarabías que se eslabonan en las exploraciones de lo que está más allá de los patterns, de sus rupturas y con el momento en que el ser humano indaga los misterios que encierran los goces sociales y la activación neurotransmisora.

Desde luego, Altamira, Lescaux y los maravillosos asentamientos que sospecharon la tecnología de hoy a través del fuego, las herramientas y los brotes estéticos, están mucho más allá de las viñas y los vinos, pero mucho más acá a través del “Papiro de Ebers”, un recetario egipcio de la XVIII Dinastía (3,500 a.C), en donde aparecen alrededor de ochocientas prescripciones médicas que señalan al vino como excipiente principal; o aquí mismo, finalizando el Siglo XX, donde se comprobó (según “The Lancet”, el periódico inglés de reportes médicos de mayor influencia) que la “paradoja francesa”, esa casi increíble realidad que afirma que los franceses, aún con sus comidas ricas en grasas saturadas, tienen un 50% menos de ataques cardíacos que los norteamericanos, debido a la ingesta diaria —promedio— de entre 20 y 30 gramos de alcohol.

Ya Aldous Huxley llamó soma a una “droga de la felicidad” en su novela Un Mundo feliz (Brave New World), publicada en 1931, coincidiendo en el nombre a la que la literatura védica señala “como la usada por los brahmanes para transferir sus estados anímicos”; y aunque Huxley magnifica el soma por encima del cristianismo y el alcohol como “cura para los sentimientos melancólicos”, su consumo —sobre todo en el contexto de ese neurálgico año de 1931, y a pocos meses del levantamiento en los EE.UU. de la prohibición del consumo de alcohol— exhibe pistas que conducen el soma a un gran parentesco con el whisky, brandy y vino.

El vino no aparece en la historia del hombre en el Paleolítico, que casi abarca la totalidad de la existencia humana (desde casi tres millones de años hasta los 12 mil a.C., cuando comienza la primera fase del Neolítico).

Sin embargo, a finales de la gran revolución cultural del Neolítico final o Eneolítico (entre el 2,5oo y 1,800 a.C.), y apoyado por el progreso de, primero una ganadería nómada, y después de una agricultura cíclica afirmada en el clima, el ser humano pudo llegar a una cepa cuyas variables de cultivo podían ser programadas; es decir, bajo un sistema cultural. Asimismo, algunos paleobotánicos han encontrado en la Transcaucasia (Georgia y Armenia) semillas fósiles de la vid con dataciones de entre siete y ocho mil años. Claro, las escenas atribuidas al vino podrían ser de otra bebida, pero esta es la fecha más antigua registrada sobre la existencia del vino como fenómeno social.

El Nacional

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