Todavía sigue siendo un tema muy controversial. En su época, aquello era terrible. Descartado exponerse a la evaluación de una familia en extremo conservadora, donde predominaba la influencia de todo un déspota que se creía dueño y señor de la verdad absoluta. Lo más irónico era que todos, incluyendo a la víctima de esta historia, se mostraban obedientes ante las directrices que trazaba como sentencias inapelables.
Pese a esa sumisión, en su fuero interno los acontecimientos se desarrollaban de otra manera. Sufría lo inenarrable ante la imposibilidad de armonizar sus sentimientos y preferencias con las manifestaciones que, a fuerza, debía asumir en su cotidianidad. Los primeros, le empujaban a hacer las cosas como le producían placer, las segundas, lo refrenaban para evitarse un escarnio para el que no se sentía preparado.
Ante ese padecimiento insoportable, tomó la decisión: Se marcharía del país a un lugar donde pudiese regalar a su voluntad la libertad que le reclamaba para ser feliz. Tampoco resultó fácil.
Tras unos años de abusos por parte de aprovechados personajes que no hacían más que beneficiarse de su inacabable humanidad, encontró la barca con la cual dirigirse al puerto que soñaba arribar, y llegó la paz.
Fue un período maravilloso, solo entorpecido por las visitas de familiares ante quienes había que ocultar la verdad y simular una situación muy distante de la realidad.
En esos días era necesario hacer malabares para disfrazar el escenario que pudiese delatar los hechos y desatar los demonios.
Nada sencillo esconder evidencias que, por doquier, resultaban sospechosas en un espacio supuestamente habitado solo por una persona.
Antes de lo previsible, aquel oasis en su vida llegó al final.
Un cáncer fulminante fue el responsable de separar para siempre las dos mitades de aquella naranja simétrica casi perfecta.
La depresión decretó el retorno. Se había forjado la ilusión de que las cosas fueran diferentes. Tenía razón.
Todo era mucho peor. El jerarca estaba radicalizado y sin ninguna piedad le escamoteó sus derechos en la sucesión de los padres bajo el más lacerante argumento: “Todo lo gastas de la peor manera”.
Aquello fue demasiado para su corazón debilitado. Una media mañana de domingo, en su pequeño apartamento decorado con gusto proporcional a su condición, lo encontraron echado en su sillón preferido. La mancha húmeda en su pantalón resultaba visible desde que el sobrino entró con la llave que le había entregado por si algo ocurriese.