Apenas saliendo de su adolescencia se enamoró de quien terminaría siendo papá de sus hijos.
Supuso, como solía ocurrir cuando las relaciones de pareja no habían adquirido categoría de desechables, tal cual esas cosas que se tiran con pocos usos, que se trataba de algo que acataría al pie de la letra aquello de que “hasta que la muerte nos separe”.
No fue así, estando en plena crianza de sus muchachitos, el papá se enloqueció con una rubia despampanante que conoció en Santiago.
La esposa, descuidada y ajada con tanto trabajo doméstico y laboral, perdía cada vez más atractivo y capacidad seductora, lo que hizo que él se refugiara en los brazos de esa mujer que tanto le atraía y que lo hizo retrotraer a los años desenfrenados de su juventud.
De esa forma terminó aquel proyecto emprendido bajo distintas perspectivas, pero derrotado por imprevistos que suelen interponerse entre los sueños y la realidad.
Mientras tanto, lidiaba como podía con las faenas propias de las demandas de sus descendientes y los requerimientos del trabajo en la oficina de abogados donde fungía como asistente personal del socio fundador.
Era una señora valorada por su entorno dada su exquisita personalidad y finos detalles manifestados en cada ocasión importante para sus amistades. En el edificio donde residía, lejos de ser la excepción, era la dama más respetada y admirada de quien todos estaban pendientes ante cualquier necesidad que pudiese presentársele.
Los hijos se hicieron adultos, formaron sus propias familias y a todos llamaba la atención el escaso seguimiento que le daban a su mamá, el que valoraban como desproporcionado para lo que se suponía debía ser ante los enormes sacrificios que tuvo que asumir para sacarlos adelante como madre sin un papá que cumpliera su papel.
Los años pasaron, su jefe se retiró y los jóvenes que asumieron el relevo no tenían interés en preservar personal que no respondiera a su criterio generacional. De esa forma fue desvinculada con el pago de precarias prestaciones no correspondientes con sus años trabajados y de entrega y fidelidad ilimitadas.
Así se inció el tramo final de su vida. Vinieron los achaques de los años.
Para colmo, sufrió una caída que implicó fractura de cadera requiriendo tres operaciones que la arrojaron sin reversa en cama, de la que no se levantaría jamás.
La solidaridad de sus vecinos le hicieron menos dramática la profunda depresión en que cayó.