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Trujillo enfrentó en el 1936  insubordinación de Petán y de varios líderes militares

Trujillo enfrentó en el 1936  insubordinación de Petán y de varios líderes militares

A mitad de su segundo mandato presidencial,  en el año 1936, el dictador Rafael L. Trujillo  estuvo a punto de morir luego de haber sido sometido a una delicada operación quirúrgica. Su hermano,  Petán, se imaginó que  el general  no viviría por mucho tiempo. Ante esa crítica situación  se  concentró en planificar cómo apoderarse del poder, pero la policía secreta del dictador  descubrió  el complot y Trujillo ordenó  al jefe del comando de Bonao, el coronel Manuel Emilio Castillo, que apresara a su hermano y lo llevase  a la capital ¨vivo o muerto¨.

Castillo, que conocía las interioridades de la familia Trujillo, no llevó a Petán directamente al destacamento, sino que lo condujo, muy a escondidas, a casa de  doña Julia,  en Santo Domingo. El comandante  detalló a la madre de los dos hermanos el origen del enfrentamiento, quien    dio las gracias al militar y le expresó que no quería ver muerto a ninguno de sus dos hijos.

Desde el lugar donde guardaba convalecencia Trujillo llamó por teléfono a Petán y le hizo saber lo que pensaba de su traición.  Petán, por la misma vía de comunicación llamó ladrón y asesino a Trujillo.  Este intercambio de palabras hizo  que la misión de doña Julia fuese más difícil.

Luego de visitar a su madre Petán se comunicó con los cabecillas de sus seguidores en Bonao, a quienes describió lo “caliente” que estaba la situación y les recomendó que se defendieran según sus propios medios, sin que ninguno lograra salvar la vida. Todos cayeron, incluyendo el prestigioso médico  Pedro Columna, nativo de Bonao y quien ejercía su profesión en San Francisco de Macorís. El  galeno había estudiado en París y se destacó como profesional de la medicina  de altura. Petán fue enviado a Puerto Rico donde permaneció unos días, hasta que al dictador se le pasara el disgusto.

Aprovechando el delicado estado de salud de Trujillo, para esos mismos tiempos, además de Petán, hubo otros más que intentaron arrebatarle el poder al dictador, entre los que estaban el coronel Leoncio Blanco,  uno de los oficiales de mayor confianza del general. Fue  un oficial tranquillo, pero con categoría de horca y cuchillo.

Como comandante de la plaza de Barahona, Blanco controlaba el cruce de trabajadores haitianos ilegales para el corte de la caña y en combinación con cabecillas del tráfico de braceros, el militar se dedicaba al contrabando de ron. Un día, el coronel invitó a Trujillo a una ceremonia en su honor en el ayuntamiento de Barahona. A su llegada el generalísimo fue recibido con el acostumbrado gritó de “Viva Trujillo!”,  y los presentes añadieron:  “Viva el coronel Blanco!”. Trujillo se puso pálido, primero de rabia y luego de miedo. Para el dictador eso de “Viva el coronel Blanco”, sólo podía significar que su hombre de  confianza era un ambicioso y  traidor.

Temblando de miedo y creyendo que aquello era una emboscada o un plan macabro para asesinarle en el mismo lugar, Trujillo se apresuró a encararse en su automóvil Packard a prueba de balas y a toda velocidad regresó a la capital. Al día siguiente  destituyó al coronel Blanco de su cargo de comandante de Barahona y lo trasladó a un puesto subalterno en la fortaleza Ozama, donde estuviera cerca para poder controlarlo.

Todo marchó en paz durante unos meses, hasta que un oficial de la comandancia Ozama, el coronel Camarena, informó a Trujillo que se preparaba un complot  militar para derrocar su gobierno. El dictador se puso inmediatamente en movimiento y ordenó el arresto y prisión del general Ramón Vásquez Rivera, exjefe del ejército, del coronel Blanco, del mayor del ejército  Aníbal Vallejo, jefe de la Fuerza Aérea, y de otros oficiales de menor rango.  Vásquez Rivera admitió saber que existía el complot, pero alegó inocencia diciendo que se había negado a participar en el mismo.  Convencido a medias, Trujillo dejó al general en libertad y  lo envió a Burdeaux, Francia, como cónsul general de la República Dominicana.

En cuanto al coronel Blanco su destino fue uno de los más desgraciados y crueles. De solo pensar en él Trujillo gritaba y disparaba, maldecía e insultaba a Blanco, le llamaba malvado y traidor por tratarse de un viejo amigo que se convirtió de pronto en enemigo. No pudiendo controlarlo por más tiempo, Trujillo visitó a Blanco en la cárcel. El coronel estaba esposado y encadenado, y el dictador se detuvo frente a  él  y  dejó salir toda clase de insultos y abusos. Según los testigos que describieron la escena, Leoncio Blanco que superaba en valor  y terquedad lo que le faltaba de inteligencia, respondió a los insultos de Trujillo escupiéndole en la cara. Acto seguido Trujillo tildó al coronel de asesino.

“Sí, soy un asesino pero con coraje, y tú eres un asesino cobarde”, le gritó Blanco a Trujillo. Al día siguiente el coronel apareció ahorcado en su propia celda y se anunció oficialmente que se había suicidado. Según una versión de su muerte, por orden del mismo Trujillo los carceleros de Blanco experimentaron con éxito  una innovación  de la acostumbrada  tortura de la cuerda.

El mayor Vallejo, de la Fuerza Aérea, fue puesto en libertad después de horas de tortura, para recordarle que conspirar contra el presidente era el peor medio de sobresalir y ascender. Fue dado de baja y más tarde nombrado inspector de caminos en la Secretaría de Obras Públicas.  Luego de la masacre haitiana, cuando el poder de Trujillo se vio de nuevo amenazado, el dictador decidió que el inspector de caminos  aún era peligroso. Entonces a Vallejo se le envió a un viaje de inspección a Comendador (Elías Pina), cerca de la frontera y pocos días después se encontró su cadáver en un barranco haitiano y el gobierno informó que el exmilitar había sido asesinado por huestes haitianas.

El Nacional

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