Todos sabemos lo que ocurrió en las elecciones de Perú para evitar que Keiko Fujimori, la hija del exdictador Alberto Fujimori, ganar las elecciones. Después de correr durante todo el proceso como amplia favorita e incluso ganar la primera vuelta con un margen que parecía inalcanzable, la izquierda, sectores de derecha y la sociedad civil aparcaron sus diferencias y se movilizaron para evitar la victoria de una candidata que asociaban con la corrupción, la persecución y los crímenes que sacudieron a la nación durante los gobiernos de su padre.
Si bien fue el más resaltante, el antifurismo no fue el único factor que impidió la victoria de la candidata del partido Fuerza Popular. Entre muchos otros que se conjugaron están la confianza hasta en los propios rivales en el centroderechista Pedro Pablo Kuczynski, un millonario tecnócrata que había representado a organismos internacionales y ocupado diferentes cargos en Perú. Kuczynski era una suerte de mal menor frente a la polarización que partió a la nación en dos mitades. Garantizaba la conciliación y el crecimiento económico. Es una de las razones por las cuales su triunfo, con menos de un 1%, fue reconocido tan pronto se emitieron los resultados finales.
Pero el caso es: ¿qué pasaría en República Dominicana si en unas elecciones se presenta una réplica del dictador Rafael Trujillo Molina como candidato presidencial? Con la invocación que con frecuencia se hace del tirano sancristobalense puede darse por descontado que muchos lo pensarían, a pesar de los crímenes, la corrupción y la conculcación de las libertades públicas que caracterizaron los 31 años de su nefasto ejercicio del poder. Entre las razones están en que la democracia no ha superado las peores lacras de Trujillo, algunas de las cuales, antes al contrario, las ha reproducido.
Por los elementos que los peruanos impidieron que la sombra de Fujimori retornara al poder, aunque su hija Keiko solo reivindicara de su mandato la seguridad ciudadana y prometiera de todas las maneras que su Gobierno sería distinto, no es verdad que los dominicanos se opondrían a la reencarnación de Trujillo en la lucha política. La frustración hace que frente al desorden y la inseguridad sean muchos los que lo añoren, consciente del retroceso que marcaría para las libertades. Y es que elecciones cada cuatro años no ha bastado para sepultar el espíritu de “El Jefe”.
Tal vez duela reconocerlo, pero es posible que en ningún país se añore un dictador como ocurre aquí con Trujillo, a pesar de que hace 55 años que fue ajusticiado. Podrá aducirse que sus 31 años en el poder marcaron a la sociedad, pero en tal caso solo sería uno de variadísimos factores.