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Un ensayo magistral

Un ensayo magistral

Entre artistas, personas de egos y autoestimas elevados, la costumbre de llegar tarde a los ensayos es más acentuada que entre seres normales.Entre artistas, personas de egos y autoestimas elevados, la costumbre de llegar tarde a los ensayos es más acentuada que entre seres normales.

Cuando los maestros Carlos Piantini y Julio De Windt dirigieron la Orquesta Sinfónica Nacional, en mi condición de melómano y de amigo de ambos, asistía con frecuencia a los ensayos finales en las temporadas de conciertos.

Estos se celebraban en horario matinal, y a veces me impedían hacerlo compromisos laborales de mi oficio de periodista.

Por esa causa perdí el hábito, pero el pasado miércoles asistí al ensayo final con los tres ganadores de los premios del Concurso Internacional de Piano Van Cliburn, invitado por el maestro José Antonio Molina.

El afamado y versátil artista dominicano asumió el reto de dirigir la orquesta con las interpretaciones de los solistas, lo que realizó con la ilimitada destreza y exultante pasión que le caracterizan.

Llegué al teatro antes de las diez de la mañana, hora fijada para los ensayos, y pocos de los miembros de la orquesta conversaban o afinaban sus instrumentos sobre el escenario.

Todos con atuendo informal, los hombres con jean y poloshirts en su mayoría, y las damas imitándolos con desapego de la severidad convencional en su vestimenta.
El humor criollo enfatiza que cuando un acto está programado para una hora precisa, sus organizadores saben que los asistentes llegarán entre sesenta y noventa minutos más tarde.

Y entre artistas, personas de egos y autoestimas elevados, la costumbre es más acentuada que entre los seres normales.

El ensayo se inició pasadas las once con la carga vital dinámica del maestro Molina, y el pianista ganador de la medalla de bronce, el norteamericano Daniel Hsu, recorriendo la senda musical del Concierto número 1 de Fréderic Chopin.

Como devoto admirador del compositor polaco, percibí desde los primeros acordes de la pieza que el pianista se había consustanciado de tal manera con la sensibilidad de su autor, que no habría quizás forma de superar su interpretación.

Noté que a diferencia de Piantini y De Windt, quienes hacían sugerencias a solistas y orquesta, el maestro Molina condujo esta vez la obra de un tirón, y las observaciones al solista se produjeron solo al final y hablándole casi al oído.

La Rhapsody in Blue unió los talentos estadounidenses del compositor George Gershwin y el pianista Kenny Broberg, medalla de plata.

Esta vez director y solista contrastaron, con la vehemencia de su gestualidad, y el sonido altisonante del piano, con la melancolía delicadamente romántica del concierto de Chopin.

Lo cual no significa que la rapsodia se apartara un segundo de la rara belleza de sus temas teñidos con la variada coloración de su contenido jazzístico y de otros géneros del folklore afroamericano.

Concluida esta obra, hubo un receso bastante largo que tuve la convicción que se produjo para que los músicos repusieran fuerzas merendando.

Bien metido el meridiano, fue cuando hizo su aparición el surcoreano Yekwon Sunwoo, medalla de oro, en la ejecución del concierto número 2 del compositor ruso

Sergei Rachmaninov, para pianistas virtuosos por lo difícil de su estructura temática, según la opinión de músicos y musicólogos.

Estos afirman que este concierto contiene más notas que cinco piezas modernas de su género, y más que los veintisiete de Mozart.

Esa característica, añaden, es la causa de que sus intérpretes solistas dediquen largas horas de ensayo antes de enfrentarse con las dificultades de las variantes sonoras que albergan sus temas.

Pero ante el asombro de los escasos asistentes a este ensayo final, el oriental arremetió con velocidad y fuerza inusuales en los que tocan esta popular pieza musical, logrando el aplauso de los músicos, y la felicitación admirada y efusiva del director.

A veces sucede que interpretaciones magníficas de orquesta y solistas en el ensayo final resultan excelentes y en el concierto deslucidas. y viceversa.
Pero en esta ocasión no hubo la más ligera diferencia, y el numeroso auditorio del concierto prodigó largas y estruendosas ovaciones de pie a la regia combinación de orquesta, director y pianistas.

Esa fue la causa de que el exigente maestro Molina luciera tan parco y generoso en sus observaciones a los victoriosos portadores de medallas Van Cliburn.
La maravillosa noche que melómanos sinfonófilos disfrutamos, cualquier médico especialista en enfermedades del aparato circulatorio del cuerpo humano la calificaría de “no apta para cardíacos emocionados”.

El Nacional

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