POR: Antonio Almonte
En el Considerando Quinto de la Ley Orgánica del Tribunal Superior Electoral (TSE) hay dos señalamientos esenciales sobre los fundamentos del tribunal y que destaco entre comillas en el párrafo siguiente.
La democracia representativa, contexto socio histórico ( pretendido) en que opera el TSE, se fundamenta en «el ejercicio supremo del voto popular» y la creación de dicho tribunal debería contribuir a velar por la «la diafanidad de toda elección, (…), permitiendo así que sea preservada la decisión colectiva, principalmente ante conflictos jurídicos surgidos de los actos de las asambleas electorales y las decisiones de los partidos políticos (…)».
Sin embargo, durante el largo conflicto del PRD una parte de los dirigentes lleva casi dos años pidiéndole amparo al TSE para que el actual presidente del partido, Miguel Vargas, le permita participar con equidad y transparencia en las elecciones internas de dicho partido. Se trata de aspiraciones elementales en cualquier democracia, en cualquier Estado de derechos.
No obstante, el TSE ha emitido 21 sentencias consecutivas rechazando todas las solicitudes de amparo sometidas por esos dirigentes. Son hechos que ocurren a diario, muy en público, a la vista de todos, y ese apabullamiento del poder está afectando la credibilidad y el prestigio del TSE y sus integrantes.
Las explicaciones ofrecidas por el presidente de dicho tribunal – persona que cuenta con mi mayor aprecio y consideración-, invocando razones técnicas, jurídicas y de independencia de criterio, han convencido a muy pocos ciudadanos. Sería un grave error, una barbaridad propia de suicidas, creerse que las criticas y desengaños es solo asunto de perredeistas.
Las actuaciones del TSE van quedando como nuevos indicadores de los crecientes malestares de nuestra democracia. Tantos esfuerzos, tantas reformas, tantos diálogos y consensos, tantas leyes, códigos y reformas y todo sigue igual o peor. Tantos nuevos órganos burocráticos, altas cortes, defensores del pueblo, diputados nacionales y en la mayoría de los casos solo hemos enredado mas nuestro espeso bosque político institucional. Y lo grave es que con frecuencia, los nuevos órganos creados para «modernizar y fortalecer la democracia» terminan debilitándola y disminuyéndola.

