Nantes, ciudad francesa a orillas del río Loira, era el destino inicial. Concluido el evento, iniciaba la gira que lo llevaría a París, Madrid, Roma y Londres.
Pocos viajes, hasta entonces, le habían producido mayor expectación. Primera vez que organizaban un periplo incluyendo hermanos, cuñados y primos. La ocasión no era para menos. Se casaba el sobrino cuyo nacimiento ocurrió en Francia y quien, con pequeños períodos fuera de esa nación, había desarrollado allí su todavía corta existencia. El novio, además, solicitó al tío que pronunciara un mensaje en la boda.
Arribaron, en la víspera del acontecimiento, al escenario donde con tanta ilusión los miembros de la familia de la novia esperaban los caribeños. Esa misma noche, le ofrecieron una cena en el acogedor hotel donde se hospedaron. El entusiasmo no podía ser mayor ante un hecho que concitaba la alegría de todos.
La boda civil se haría en el ayuntamiento en horas de la mañana. Al mediodía, los integrantes de cada familia se reunirían en una casa de campo para un encuentro de confraternidad. La ceremonia religiosa y la recepción, serían en la noche.
La odisea de una boda en París
Él no cupo en el transporte colectivo que conduciría la comitiva hasta la sede de la alcaldía. Pidió un taxi para hacerlo de forma individual. De manera inexplicable, el conductor se extravió y se pasó la hora de la primera actividad. Le solicitó que lo llevara al lugar donde se haría el encuentro de ambas familias.
Intentó superar el momento, a lo cual, contribuyó el maravilloso escenario donde se llevaba a cabo aquel ágape cargado de emoción, alegría y felicidad. Todos los presentes formulaban votos por la dicha de los contrayentes.
Menos de una hora después, cedió su lugar al papá del novio y fue a sentarse en una silla plegadiza que visualizó a pocos metros. Al hacerlo, las patas flaquearon. Metió sus manos para intentar evitar la caída y casi la mitad del dedo mayor de su mano derecha ensangrentada, fue a parar al suelo.
El dolor era indescriptible. En pocos minutos llegó la ambulancia para llevarlo al centro de atención primaria. El asunto desbordaba su capacidad. A casi 2 horas de distancia, fue ingresado en un hospital especializado en manos donde fue intervenido quirúrgicamente. Allí amaneció, sin compañía por su decisión. Regresó al día siguiente y, con antebrazo vendado, tuvo que completar el itinerario sin poder participar en el motivo que lo produjo.
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