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Vicente y la Soledad, no obstante, alcanza la plenitud narrativa a pesar de no ofrecer una explicación racional sobre las relaciones de producción en la región llanera, lo que repara a través del tratamiento de uno de los dos sujetos del discurso-acción: Soledad, la mujer.
La novela está estructurada en trece capítulos que están ordenados como lexias para registrar los tiempos, con extensiones que alcanzan hasta las ocho mil palabras. Además, Mella Chavier programa linealmente la enunciación narrativa sin fracturas, recurriendo a un enunciado distributivo para señalar saltos en la categorización orgánica.
Así, el tiempo narrativo transcurre a través de la autorreferencialidad de un metasujeto, como cuando expresa “ya no soy joven”, o cuando descubre un “mechón de pelo con hebras plateadas”. Mella Chavier, como sujeto-hablante, marca los límites temporales a través del marco histórico sin adulteraciones, y las unidades de lectura o lexias son visiblemente señaladas por el textista como estructuras discursivas de intercambio, lo que aproxima la novela a un gran relato, a una excelente narración que estrecha la vinculación entre los actantes, el discurso y el lector.
Julia Kristeva, en El Texto de la novela (1974), propone analizar el texto narrativo mediante un método transformacional. La lingüista arguye que “la novela posee un doble estatuto: es un fenómeno lingüístico [relato] y también es un circuito discursivo”. O sea, que podría ser una carta, pero es siempre literatura.
Es decir, que mientras el relato [cuento] transcurre sin una anti-historia (la Kristeva cita al teórico ruso, Boris Ejxenbaum, quien enuncia que “el cuento debe responder a dos condiciones: dimensiones reducidas y el acento puesto en la conclusión”, 1925), la novela debe contener lo que Lukács enuncia como un ilimitado-discontinuo, una manifestación que el textista debe organizar en la exposición.
Debido a esto, Mella Chavier -que se explaya en un profundo conocimiento del material lingüístico-, pierde a veces la idea del tejido narrativo y la trama, permitiendo que la descripción, como un anti-relato, lo subvierta.
Pero esto, de ninguna manera, resta valor a la exposición total, la cual conserva la magistral tesitura de la excelencia. Vicente y la Soledad, de Georgilio Mella Chavier, debe constituir un ejemplo para los escritores del país. Sobre todo, para aquellos que residen en regiones donde sus personajes emblemáticos hayan dejado huellas que permitan reconstruir relaciones con nuestro pasado, sean éstas contradictorias o no; así sus discursos posibilitarán relatos donde sus heroísmos, traiciones o cobardías, se entroncarán a nuestra historia a través de la literatura. Debo recordar que la literatura no es más que eso, es una poderosa memoria.
En “Una estética de la creación verbal (1982), Bajtin enuncia que “tanto el autor y como el lector tienen derechos con respecto a la palabra, pero también los tienen aquellos cuyas voces se sienten en la palabra que ya viene dada”. Es bueno recordar, para cerrar este trabajo, que para Bajtin “la palabra es un drama de tres, un trío”, y por eso construye y contradice la historia