Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Este año, a pesar de considerarse formal el día veintiuno de marzo, al menos aquí en España, hace mucho frío, hasta ahora, día 27 del mismo mes. Y no sólo eso, empezó con una buena caída de agua, una lluvia que obligó a los madrileños a sacar sus paraguas del armario, y a cubrirse, los que poseían uno, con un buen impermeable, o similar, y a abrigarse con los suéteres que yacían, junto al resto de la ropa invernal, en los armarios.
A mí, personalmente, me tocó salir a resolver y/o recoger una serie de documentos. De modo que, cuando regresé a mi casa, llegué empapada de los pies a la cabeza, a pesar de haber tomado precauciones.

Aunque me había protegido del frío llevando una camiseta y dos jerséis también de lana, una pantalón fabricado con la misma noble, agradable y compensada tela, elaborada para eso, para resguardarnos del clima gélido, una bufanda, un “pañolón” de las mismas características, un gorro, unos guantes, medias gordas y unos botines forrados de un material que se le asejemeja y que calienta bien los pies, a mi anhelado retorno llegué a mi destino completamente empapada.

Había tomado la precaución de hacerme un moño para evitar que el cabello se me mojara, pero fue inútil. Daba la impresión que me había caído en algún hoyo, por despite. En fin, muerta de frío y con la humedad calándome los huesos, arribé a mi hogar hecha un adefesio, entre el agua que se me iba deslizando del impermeable, dejando en el suelo pequeños charcos de agua, y la cabellera que, como digo, había intentado proteger al máximo, chorreando.

No tuve más remedio que pasarme el secador por la misma, casi como si acabase de lavármela, después de habérmela enjugado con la ayuda de una toalla.

Total que me costó bastante adecentar mi aspecto y que, por supuesto, tuve que cambiarme de ropa y poner a escurrir la que acababa de quitarme, con la intención de lavarla más tarde.

Y ustedes se preguntarán a cuento de qué estoy escribiendo esta anécdota y les voy a explicar el por qué.

En términos generales, a menos que a uno le agrade la época invernal, que no es mi caso, suele apetecer que llegue esta estación que, al igual que el otoño goza de un clima bastante agradable: ni excesivamente caluroso, ni demasiado frío. Asimismo, en esta estación del año, empiezan a brotar, tímidamente, las primeras hojas de los árboles de hojas caducas. Pido disculpas por repetir la palabra “hoja” pero no se me ha ocurrido ninguna que la sustituya.
De igual manera, muchos arbustos comienzan a florecer y en general, la vista de ese don de la naturaleza, a muchos nos alegra la vista.

Sin embargo, al igual que ocurre con el embellecimiento del paisaje, también, como muchas cosas en la vida, la primavera tiene su “lado oscuro”. Al igual que todo florece, ocurre lo mismo con ciertas enfermedades, sobre todo con las de índole mental pero también con ciertos tipos de alergias, al polen sobre todo.

En fin, como todo en la vida, las cosas son como son. Y, obviamente, las de la naturaleza siguen su curso sin que podamos hacer nada por cambiarlas.

 

El Nacional

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