Un lingote de oro –
Un rico mercader que se bañaba en el río estaba a punto de ahogarse. Un viejo que pasaba por allí oyó sus gritos, se zambulló y logró sacarlo hasta la orilla.
El mercader no sabía cómo recompensar al viejo: lo invitó a su casa y le regaló un lingote de oro tan grande como la cabeza de un caballo.
El viejo cogió el oro, le dio las gracias y emprendió el camino hacia su casa. En el trayecto, se encontró con un vendedor de caballos que guiaba su manada.
-¡Hola amigo! ¿De dónde vienes?
-De la ciudad, de la casa de un rico mercader.
-¿Y qué te ha dado el mercader?
-Un lingote de oro tan grande como la cabeza de un caballo.
-Dámelo a mí, y tú elige el mejor caballo de mi manada.
Y el viejo le dio el lingote de oro al vendedor de caballos, eligió el mejor ejemplar de la manada, le dio las gracias y siguió su camino.
Un poco más adelante, se encontró con un vaquero que guiaba una manada de bueyes.
-¡Hola amigo! ¿De dónde vienes?
-De la ciudad, de la casa de un rico mercader.
-¿Y qué te ha dado el mercader?
-Un lingote de oro tan grande como la cabeza de un caballo.
-¿Y dónde tienes el oro?
-Lo he cambiado por un caballo.
-Dame el caballo a mí y tú elige, a cambio, el mejor buey de mi manada.
El viejo le dio el caballo al vaquero, eligió el mejor buey de la manada, le dio las gracias y siguió su camino.
Un poco más adelante se encontró con un pastor que guiaba un rebaño de ovejas.
El viejo le dio el buey al pastor, a cambio del mejor carnero del rebaño, le dio las gracias y siguió su camino.
Un poco más adelante, se encontró con un campesino que guiaba un grupo cerdos.
El viejo le dio el carnero al campesino, eligió el mejor cerdo de la piara, le dio las gracias y siguió su camino.
Un poco más adelante, se encontró con un buhonero que llevaba a cuestas sus mercancías.
El viejo le dio el cerdo al buhonero, eligió de sus mercancías la aguja más bonita, le dio las gracias y siguió su camino.
Llegó a casa y, como el portón estaba cerrado, tuvo que trepar por el seto.
Su mujer salió corriendo a su encuentro:
-¡Hola, querido! ¿Por dónde has andado todo este tiempo?
-Por la ciudad, en la casa de un rico mercader.
-¿Y qué te ha dado el mercader?
-Un lingote de oro tan grande como la cabeza de un caballo.
-¿Y dónde tienes el oro?
-Lo he cambiado por un caballo.
-¿Y dónde tienes el caballo?
-Lo he cambiado por un buey.
-¿Y dónde tienes el buey?
-Lo he cambiado por un carnero.
-¿Y dónde tienes el carnero?
-Lo cambie por un cerdo.
-¿Y dónde tienes el cerdo?
-Lo he cambiado por una aguja, porque quería hacerte un bonito regalo.
Dicho esto, el viejo hurgó todos sus bolsillos, pero la aguja ya no estaba.
-Debo haberla perdido –dijo- cuando trepé por el seto.
-Paciencia, querido –dijo la vieja-, lo importante es que hayas vuelto a casa. Entra, que la cena está lista.
Y así el viejo y la vieja vivieron felices y contentos sin el lingote de oro.