El desempleo entre jóvenes de 18 a 24 años alcanza el 31%, más del doble del porcentaje de desocupación global en República Dominicana, que es de un 14.7%, estadística ominosa que Gobierno y sector privado están obligados a afrontar.
Aunque se afirma que desde 2013 se han generado unos 200 mil nuevos empleos y que las 70 visitas sorpresas realizadas por el presidente Danilo Medina a comunidades rurales ayudaron a crear más de 50 mil puestos laborales directos, todavía por cada dos adultos sin empleo, uno tiene menos de 24 años.
La cifra del 31% de desempleo juvenil aportada por la Organización Mundial del Trabajo (OIT) debería convocar a los sectores públicos y privados a revisar todos los programas y políticas para colocarlos en capacidad de generar oferta laboral para esa enorme legión de jóvenes que deambula sin norte ni currículo en ristre.
La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) situó en un 19% la población de jóvenes entre 12 a 24 años que no trabajan ni estudian, un aspecto altamente preocupante dentro del universo del desempleo juvenil, aunque se admite que esa cifra ha debido disminuir desde 2012.
Miles de jóvenes estudian becados por el Gobierno en prestigiosas universidades de todo el mundo, sin ninguna seguridad de que serían acogidos por el mercado laboral que tampoco brinda acceso a otros muchos miles que exhiben en su hoja de vida doctorados, maestrías y postgrados.
El desempleo se expresa con mayor crudeza entre la población juvenil con estudios limitados, con escaso entrenamiento profesional, cuyo único horizonte está en el ámbito de la informalidad laboral, por lo que también resultan fáciles presas de la delincuencia, en especial del narcotráfico.
En la mentada formalidad laboral no se anida todo el recetario de solución a tan acuciante problema, porque los bajísimos salarios no atraen a jóvenes que con mucho sacrificio han acumulado altísima preparación académica, o de otros que el dinero percibido no alcanza ni para vivir miserablemente.
Urge, pues, que Gobierno, poderes públicos, empresariado, clase política, academias, sociedad civil e iglesias afronten con absoluta seriedad y responsabilidad el drama del desempleo juvenil, antes de que esta infección social lacere el tuétano de la gobernanza y de la convivencia social.