La tercera ronda del diálogo entre República Dominicana y Haití podría no celebrarse el 8 de abril, fecha fijada después de una anterior posposición, lo que indica que tan importante jornada ha ingresado en una situación de indefinición que no se corresponde con la muestra de voluntad dialogante que ofrece el Gobierno dominicano.
Se afirma que la remoción de diez ministros del Gobierno del presidente Michel Martelly, incluido el nombramiento de un nuevo canciller, sería la causa de otra suspensión del diálogo dominico-haitiano, que ya había sido pospuesto el 20 de marzo. Cualesquiera que sean las razones para postergar la tercera ronda de esas conversaciones, la parte dominicana debería llamar la atención sobre el preocupante nivel de incertidumbre en que ingresa tal iniciativa, que debería ser impulsada con mayor decisión y voluntad por Puerto Príncipe.
Se recuerda que el presidente de la Comunidad del Caribe (Caricom), Ralph Gonsalves, advirtió que esa entidad no acudiría en calidad de observador a ese diálogo a menos que el presidente Danilo Medina presente el contenido de un proyecto de ley sobre naturalización de indocumentados haitianos. Hay razones para creer que esa fue la razón de la primera suspensión de la ronda dialogante y que aún sería el motivo para una nueva posposición, aunque esta vez se señale como causa la remoción del gabinete haitiano.
El diálogo dominico-haitiano no debería atarse a burdos intereses foráneos o domésticos, porque dispensar garantía de convivencia y solidaridad corresponde por igual a ambos gobiernos, no solo en conciliar divergencias en asuntos migratorios sino también en todo lo referido a una sobrecargada agenda de cooperación.
Incertidumbre ni indefinición deberían signar el proceso de conversación entre Haití y República Dominicana, pero tampoco sería posible conducir a feliz término esa jornada dialogante si mantiene inaceptables niveles de presiones políticas, diplomáticas y mediáticas sobre el Gobierno dominicano para que haga o deje de hacer conforme a intereses de indeseables intervinientes.
Sin espacio para justificación o maquillaje, la Cancillería dominicana debería retomar, al menos, los asuntos de protocolo y contenido de este diálogo con Haití para que de una vez y por todas se despeje ese difuso panorama, porque para dialogar hay que tener voluntad de hablar y de escuchar.

