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Diálogo con las partículas que piensa

Diálogo  con las partículas que piensa

Lanza, tú, Dios, los dados y el mundo adquirió su morfología primera, que a esta edad de vida humana, comprende la misma arcilla que el divino soplo hizo formas; accidentadas formas prolongadas que el ojo y los otros sentidos capta y que en memoria descansa.

Así reencontrada visión del mundo en un acto de creación de hombres y mujeres: el arte: poesía, pintura, escultura, música y la naturaleza entera.

Siempre ha sido así: dos elementos fundamentales, desde el ángulo de la recepción, de la obra de arte, funda su esencia y permanencia en los otros, nos referimos a la retención y la instalación en la memoria.

Así, las partículas que saltaron con el chocar y rodar, que luego compactaron en bloques, permanecen hoy intactas, y únicas, como fueron en lo primigenio, en la plena desolación que también es substancia de origen y esencia.

Destino de los dados, visión de Mallarme y tantos otros que vieron, y ven, al mundo como un caos que es y continúa siendo un orden ordenado por fuerzas desconocidas: el azar.

De esta estirpe de pensamiento y visión, parte la pintura de Pedro José Gris, reafirmada en su última exposición titulada: Partículas que piensan.

Y todo lo acontecido y por acontecer está ahí, en esas partículas que saltaron de los dados, arcilla remontando hasta este instante en que el ojo se detiene en uno de estos cuadros y, lentamente, entra él y se vuelve color y luz, trazos y gestos…

Y que en el pleno plano liso, quieto, blanco de la tela, Pedro, con unos procedimientos muy propios, lanza los dados y los colores y las formas se reordenan a su íntima y propia voluntad.

Hay dos fenómenos, entre muchos, que dan cuenta de la existencia de una obra de arte, en lo que se refiere a las artes plásticas, desde luego en la que prevalecen, implicados, verdaderos atributos expresivos, nos referimos a la captación por uno o más de los sentidos y la instalación en la memoria, el recuerdo de la misma. Veamos: sobre lo primero: se produce cuando el espectador se ve y siente atraído por la obra.

Lo que hay en ella provoca esa atracción y, consecuentemente, el hecho de que el ojo del espectador entra en ella y asume enteramente lo que ahí late con compulsión y serenidad a la vez.

Esto acontece en diversas situaciones, lo único necesario es que la obra exista y una persona, hombre, mujer, niño o anciano, se percate de su existencia ya sea en el museo, en exposición, en la pared de una casa, etcétera.

El segundo se refiere a la instalación de la obra en la memoria del espectador. Es el acto de asumir, hacer suyo, el drama que el ojo vio y el interior aceptó como válido y bueno, y pertenencia se hace en él.

Y es ahí cuando la obra cobra dimensiones no contempladas por el autor, y deja de pertenecerle, en lo inmaterial de ella, no en lo físico que permanece siendo propiedad del autor mismo o del adquiriente.

Ese es modo o forma de que la obra se vuelva una realidad nueva, distinta, que suma a las otras realidades del mundo. Una realidad creada o que estaba a la espera de que la mano de alguien la desnudara para siempre y para todos.

En la última exposición de Pedro José Gris, ya aludida, cuyo escenario fue el Museo de Arte Moderno de la ciudad de Santo Domingo, observamos estos dos fenómenos. Veamos: ante las composiciones expuestas, los visitantes, hombres y mujeres, jóvenes, escenificaron, en cierta manera, un espectáculo adicional, una especie de happening.

Desde la entrada al edificio los colores, las texturas, las composiciones los halaban, y ellos miraban, tocaban, olían, conversaban, se reían, se detenían en los trazos, fruncían la frente, se sorprendían, meditaban, dialogaban con la obra, monologaban, sorprendidos sí, sorprendidos y la sorpresa representa más inmediata señal de belleza. Sobre el segundo fenómeno: cierto es, aquel que observe una de las obras de Pedro José Gris queda en su memoria algún jirón de imagen.

La experiencia entre el espectador y la exposición se erige un fluido diálogo en el que uno y el otro se funden en una misma realidad.

El Nacional

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