Opinión

6 muertes y un funeral

6 muertes  y un funeral

Los domingos son difíciles. La ciudad entra como en un estupor y no hay casi nadie en la calle. Un silencio entre amarillo y blancuzco lo permea todo. Es hora de dedicarse a cosas manuales, aparentemente sin importancia, como jardinear y convertirse en la diosa que determina qué planta debe continuar viviendo y cuál no, y a cual y a cual.

Un infinito cansancio, que nada tiene que ver con las tareas nos invade, es el cansancio de existir y ver cómo se van yendo los que en algún momento compartieron con nosotros la risa, las ideas, los sueños, el oficio, las contradicciones.

Seis muertes han afectado a sectores que generalmente no coinciden, pero que marcan la vida de mucha gente: el periodismo, con la desaparición de don Radhamés y Silvio; la tradición revolucionaria, con la partida de Hamlet y Claudio (una muerte sin sentido que nos dejó sin aliento); la académica y feminista con la de Magaly; y la artística, con el sentido duelo por el fallecimiento de Ángel Haché.

Sus edades son cercanas a las nuestras, quizás por eso nos tocan tan de cerca, como una advertencia: no afanes tanto, la vida es apenas un tránsito, un soplo en la edad cósmica del universo si pensamos que a veces un rayo de luz se tarda una veintena de millones de años en arribar.

A todos los conocí y no a todos quise. Magaly era demasiado intensa en sus creencias como para permitir disidencias y si ello implicaba manipular los procesos lo hacía; Hamlet, demasiado Hamlet como para no mirarlo con la ternura de quienes conocemos la futilidad de los afanes del ego; sobre los demás ya he escrito alguna vez. Respetaba y admiraba de Ángel su verticalidad y la bellísima pareja que formaba con Elsa,musa de sus sueños.

Si los quise, o no los quise, eso ninguna importancia tiene, lo que importa es el agudo sentimiento de que nos estamos quedando solos, de que nuestra generación, tan afanosa, tan sufrida, tan angustiada, tan agresiva, tan dedicada a sus ideas y proyectos está desapareciendo y no hay consuelo para ello, ni siquiera las pequeñas plantas con que el jardín te saluda cada día, como diciendo: hey, la vida continúa.

Creo que nunca más que hoy ha sido tan preclaro el ejemplo de Nelson Mandela, quien aprendió en 29 años de solitaria que lo importante es la vida, condujo su país a una transición y se retiró a Mozambique, a vivir sus últimos años rodeado de la mujer que amaba y de niños, niños de todas las edades, los niños por los que había luchado toda la vida.

El Nacional

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