El Día de Nuestra Señora de la Altagracia, que desde hace décadas se celebra cada 21 de enero, es el acontecimiento religioso de más relevancia en el país. La fe y el simbolismo que lo caracterizan resumen la gran devoción frente a la madre protectora y espiritual del pueblo dominicano.
Es la fecha que millares y millares de feligreses aprovechan para expresar su devoción a la patrona, cumplir alguna promesa o invocar su bendición, sea trasladándose por cualquier medio a la basílica de Higüey o participando en uno de los muchos actos religiosos con que se le rinde culto.
En lo que es parte de la tradición, la Conferencia del Episcopado Dominicano suele emitir una carta pastoral que recoge el sentir de la Iglesia Católica sobre los principales problemas que agobian a la nación. En esta ocasión, la corrupción y la crisis moral fueron citadas como dos de las más grandes lacras sociales.
Con el significado que históricamente ha tenido el Día de Nuestra Señora de la Altagracia, debe ser esa gran fecha de consulta a la conciencia sobre principios tan fundamentales para la convivencia como la honradez, la solidaridad, el respeto y otros valores en torno a los cuales se aglutinan los grupos humanos.
No basta con pedir a Nuestra Señora de la Altagracia que derrame sus bendiciones para redimir a la población del martirio que sufre. Es menester que cada ciudadano, pero sobre todo la clase política, que pugna por la conducción de los destinos nacionales, predique con su ejemplo.
El hecho de que en los últimos años las cartas pastorales sean para recriminar el comportamiento de la clase dirigente prueba que la sociedad anda mal, y no precisamente como resultado de las crisis internacionales que han hecho estragos en la mayor parte del planeta.
El Día de Nuestra Señora de la Altagracia es una efeméride esencialmente religiosa, en que prima la devoción. Pero los feligreses invocan sus poderes divinos, con verdadera fe, para que los ilumine a fin de resolver desde problemas de salud hasta económicos y sociales.
La devoción es más que una tradición. Es la expresión de un pueblo que tiene la creencia religiosa y los sentimientos como valores esenciales para la armonía, el bienestar y la convivencia familiar y humana. La idiosincrasia del dominicano común y corriente, que es la inmensa mayoría, es la que refleja este día.

