(Ante una parca insolente e importuna)
Era un callejero del derecho propio. Su filosofía de la libertad fue ganar la suya sin atar a otros y sobre los otros no pasar jamás.
Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño que condicionara su razón de ser.
Libre como el viento, era nuestro guía, nuestro y de la calle que lo vio nacer.
Era un callejero con el sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer.
Sin tener horario para hacer la siesta, ni rendirle siesta al amanecer.
Era nuestro líder y era la ternura que nos hace falta cada día más. Era una metáfora de la aventura que en el diccionario no se puede hallar.
Era de nosotros, porque lo que amamos lo consideramos nuestra propiedad. Era de los niños, jóvenes, ancianos; y del viejo Leo, a quien rescatara de su soledad.
Era un callejero y era un personaje de la puerta abierta en cualquier hogar; era en nuestro barrio, como del paisaje, el sereno, el cura y todos los demás.
Era el mensajero de las cosas bellas y se fue con ellas cuando se marchó, se bebió de golpe todas las estrellas, se quedó dormido y ya no despertó.
Nos dejó el espacio como testamento, lleno de nostalgia, lleno de emoción. Vaga su recuerdo por los sentimientos, para derramarlos en esta pena interminable y honda.
Compañero del alma tan temprano.
Chiguete.- (José Luis Suero)

