Reportajes

Al rescate de los retrasados en lectoescritura

Al rescate de los retrasados en lectoescritura

El adagio popular sostiene lo que, por vetusta y repetición, es una máxima. Árbol que crece torcido, nunca su rama endereza. Decidí, en su momento, probar con una alumna, profesora en servicio, por cierto.

Una lección de tres créditos de español era dividida en tres horas distintas. Una de ellas, por supuesto, era la propia de la asignatura. Otra era de lectura crítica y explicada ante los condiscípulos. Una tercera era dividida entre dictado, copiado de textos y escritura en la pizarra.

Los casos más deficientes de lectoescritura motivaban entrevistas personales. Por ello pedí se viese conmigo, a una Profesora en servicio. Tuve motivos más que suficientes, alarmantes para ello.

En ocasión del llamado inicial para leer en aula, se mostró remisa. Alegó no hallarse preparada, bajo un argumento cuestionable. Lo traduje para el resto de los alumnos como miedo escénico. La confronté por la improcedencia del miedo escénico en los docentes.

En realidad, al acudir a mi llamado, comprendí la característica de su condición. Por encima del miedo escénico, se mostraba la deficiencia.

Tomó el libro con repugnancia, quizá con rechazo. Lo dobló, para mi espanto, con el lomo aprisionado al centro. Temí la destrucción del libro, de mi biblioteca. Me acerqué para mostrar la postura a asumir ante sus condiscípulos y la forma de portar el libro. “Cualquier libro”, recalqué “merece tratarse con delicadeza”.

Entonces percibí la realidad de su calvario.

Leía con torpeza, con unas limitaciones inconcebibles. Tras el nerviosismo escondía, en realidad, sus carencias. Todo el fantasma de una incompleta formación temprana, exhibida en el peor momento, aparecía ahora.

Asumí el reto, decidido a determinar la posibilidad del rescate.

Al término de las clases, llamé a esta alumna. Habría de leer, cada noche, recalcando los fonemas o sílabas. Le indiqué la velocidad de pronunciación de estas partes de cada palabra. Leí con el ritmo y la entonación deseados para tales ejercicios. Procuré lo hiciese ante mí, si bien no conseguí ningún resultado, pues se volcó en llanto.

“He aquí –me dije- un caso de irremisible pérdida de tiempo y recursos del Estado”.

Esperé su recuperación

. Le pedí incorporar estos ejercicios a sus hábitos nocturnos. Antes de acostarte, le sugerí, dedica media hora a estas prácticas. Comienza con una lectura lenta de las sílabas o fonemas. Frente a un espejo, pronuncia la palabra completa, mirándote a los labios. Vuelve a leer silábicamente la palabra, despacio. Tras la repetición de la palabra, leída despacio, procura leerla a mayor velocidad. Repite el ejercicio del espejo, fonema a fonema y pronuncia la palabra.

Debí despacharla. Sujeta al paroxismo, conforme mi percepción, se había cerrado al entendimiento. Nada lograba al presionarla.

El ejercicio de la parsimoniosa pronunciación por sílabas es una constante didáctica. Aplicable desde la formación inicial, no debe abandonarse mientras el discente no lea fluidamente. Este recurso didáctico quedará atrás cuando se haya alcanzado la lectura rápida.

Propiciar la promoción de quien aprende antes del dominio de esta fase del aprendizaje, condena a quien, por ello, no aprende. Y en el futuro, la persona sujeta del proceso de enseñanza, se condena a espectáculos como el vivido por mi con aquella Profesora en servicio.

Encima de la vergonzosa situación padecida, se sufre con cada evaluación de destrezas, habilidades y saberes. Las facilidades en la promoción de cursos en la educación inicial y básica, tienen esos efectos perturbadores. En la adultez, quizá como en el caso, surgen estas lagunas de la enseñanza.
El caso de esa Profesora en servicio es un caso extremo. Mi experiencia en aulas logró momentos de más exitosa compensación.
El ejercicio de recuperación basado en la lectura silábica encuentra respuesta en varias circunstancias.
*Cuando el deseo de superación del educando trasciende las limitaciones de lo ya aprendido.
*Cuando el educando dedica el tiempo a los ejercicios de recuperación y no hay desmayo en esa práctica.
* Cuando prevalece el objetivo de superarse como persona y lograr metas más elevadas en el aprendizaje.
Conocí la diferencia entre el ansia de superación y la dejadez al comparar las reacciones ante mis recomendaciones. La Profesora en servicio arrastraba desde la niñez un pobre deseo de aprender. Me confesó de su indisposición para el aprendizaje durante su niñez. Lo peor fue el consentimiento de padres y docentes.
La fuerza de voluntad requerible ahora para levantarse de las sombras, era enorme. Y en ella, escasa.

Otros estudiantes recibieron mis consejos sobre la lectura silábica con abierta disposición. No lloraban. Por el contrario, me hacían preguntas y observaciones respecto de estos ejercicios. Deseaban, además, conocer de los posibles resultados de las prácticas recomendadas.

Yo entendía que tales interrogantes respondían a una positiva disposición.

En cambio, califiqué como negativa la indisposición exhibida antes de afrontar el problema.

A mi entender, ¿en dónde radicaba la diferencia? En la forma de enfrentar el proceso de enseñanza en la educación inicial. A quien no se le exigió un adecuado dominio de la lectoescritura en sus inicios, en la adultez sufre desgano. A quien se le exigió, la respuesta siempre será positiva.

El Nacional

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