Cuando estaba escribiendo “Los Amores perdidos”, recordé que había leído en una novela de mi escritor preferido Hermann Hesse, “Narciso y Goldmundo”, que el último, un aventurero y mujeriego empedernido vivió una experiencia al ver parir una mujer y notar que la expresión de esta era similar a las muchas que había visto experimentando un orgasmo.
Les comparto su relato contenido en la página 68: “Una de las noches siguientes la pasó en una aldea cuyos pobres campesinos no pudieron ofrecerle pan aunque sí una sopa de mijo.
Nuevas experiencias le esperaban aquí. Durante aquella noche la campesina de quien era huésped dio a luz un niño, y Goldmundo asistió al parto.
Por vez primera veía un alumbramiento y no apartaba los ojos pasmados y afiebrados del rostro de la parturienta; acababa de enriquecerse, de pronto, con una nueva experiencia. Al menos, lo que descubría en aquel rostro le parecía muy interesante.
Pues mientras, a la luz de la tea de pino, clavaba la mirada con ávida curiosidad en la cara de aquella mujer que se contorcía con sus dolores, observó, en manera inesperada, que los rasgos del desencajado semblante de la que gritaba no eran muy distintos de los que había visto en otros rostros femeninos en el momento de la embriaguez amorosa.
La expresión de intenso dolor en su rostro era, en verdad, más violenta y más afeadora que la expresión de intenso placer… más, en el fondo, no difería de ella; era el mismo contraerse, un tanto sardónico, el mismo encenderse y apagarse.
Sin que supiese por qué, le resultaba en extremo sorprendente que el dolor y el placer pudieran ser tan semejantes como hermanos.”
No olviden que nuestra novela se pondrá en circulación el próximo 25 de noviembre a las 7 de la noche en el Colegio Médico Dominicano junto a un compendio de los artículos que más quiero de los 3 mil que han salido en “algo más que salud”.